Uno de los valores que se trasmiten en las familias, generación tras generación y en todas las culturas, es la aceptación de los límites físicos y temporales de las personas. Dicho de otra manera: los seres humanos envejecen. Envejecen, en general se hacen más sabios y se enriquecen de ternura.
Se hacen abuelos.
Se hacen más frágiles, más débiles, se llenan de arrugas y se enferman pero saben transmitir una visión de la vida diferente, que en muchas ocasiones fascina por el brillo de sabiduría que contiene. Casi todos los individuos saben dar un sentido a la vida, al nacimiento de un nuevo ser humano, a la enfermedad, al desgaste físico de la edad y a la muerte. Y quien tiene fe encuentra en todo ello un hilo conductor que los lleva a una relación de amor con el Creador. Para otros, este misterio de la vida es la participación a la transformación de la materia.
Se viva de una manera o de otra, lo cierto es que dentro de algunos decenios la ciencia habrá encontrado probablemente maneras de alterar ciertos procesos naturales a los que nuestra ética tendrá que dar respuestas. Hasta qué punto el hombre mismo podrá gestionar el milagro de la vida o el misterio del dolor, de la enfermedad o de la muerte no lo sabemos. Lo innegable es que tras las puertas de muchos laboratorios del mundo se avanza en complejas investigaciones sobre nuestro DNA. Algo que es ya imparable y que llevará a poder escoger, de alguna manera, la calidad de la vida del que nace y la longitud y la calidad de la vida del que declina y se apaga. Ciencia ficción o no, muchos prospectan una existencia sin dolor con la posibilidad de intercambiar órganos enfermos por otros sanos y hasta la posibilidad de una casi inmortalidad médicamente asistida. Se pueda realizar o no, se trata de la vida, de la vida humana que hoy, desgraciadamente, muchos presentan sin alma y dentro de vasijas de barro.
La vida es un regalo y un derecho que nace y florece en el seno de la familia, la mejor cuna para descubrir su belleza y su plenitud. Tengo aún en la memoria las palabras que Pablo VI escribió antes de morir en su Testamento y que hago mías: “… Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza, el destino de esta misma existencia fugaz: Señor, Te doy gracias porque me has llamado a la vida…” La vida es esa estupenda y dramática escena temporal y terrena de la que no podemos escapar pero en la que podemos escoger, con libertad, qué papel desempeñaremos.
Manuel Bellido

por @mbellido

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