Una de las grandes crisis que acompaña a esta crisis económica es la histórica incapacidad de algunas tendencias políticas y  sindicales de aferrar la realidad, con el añadido de tener una visión del mundo algo desenfocada y desfasada. La tragedia de ciertas ideologías es la de querer sustituir a Dios y no poder hacerlo. El dogmatismo que segrega  ciertas declaraciones de líderes y portavoces es nauseabundo y mugriento.  Solo la ignorancia o la ceguera incondicional de cierta militancia es capaz de agachar la cabeza y repetir como loros los disparatados eslóganes que se proclaman. Una parte de la ciudadanía se cree sin rechistar que la crisis que padecemos se ha producido en los últimos seis meses, lo corean y se quedan tan panchos.

Lo que les irrita a determinados  políticos que incitan a la gente a incendiar la calle,  esconde la sombra de una fuerza enterrada en sus corazones; la monumental pena de una agonía. Ven venir la perdida de privilegio, de credibilidad, de poder, de influencia, y como gatos se revuelven manipulando a la gente,  haciéndoles creer que están luchando por ellos.  (Como el curioso espectáculo  que han dado los Bardem en estos días,  liderando las protestas de la subida del IVA tras venir de Beverly Hills, de su residencia a escasos metros del Palacio de Kensington o de su mansión de Hollywood).

Leo en estos días La muerte de Virgilio de Hermann Broch. Este libro es, ni más ni menos, que un viaje al corazón de la creación: “Tu miraste el principio, Virgilio, pero tú no eres todavía el principio; tu escuchaste la voz, Virgilio, pero tú no eres todavía la voz; tu escuchaste latir el corazón de la creación, pero tú no eres todavía este corazón”  Esta es la tragedia del poeta, no poder sustituir a Dios. Esa es la tragedia de una parte de la política que agoniza porque ve peligrar su trinque al igual que el resto de la tropa subvencionada; ve peligrar su influencia porque la gente ya no les cree, porque no quieren reconocer  que la situación actual no es más que un efecto del endeudamiento público, por las alegrías demagógicas de años de despilfarro. La tragedia de algunos políticos es no poder seguir siendo dios. Muchos ciudadanos, ante tanta demagogia, se están volviendo ateos.

 

En la imagen: Dante y Virgilio en los infiernos’ (1822), de Delacroix.

por @mbellido

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