No hay nada como el jazz en la madrugada. Hablo de esa música donde la improvisación marca la diferencia. Madrugada y jazz combinan bien, sobre todo si el ambiente es agradable, las luces iluminan poco pero suficiente y la suerte nos depara un destino cercano que no nos sepa a soledad. Una noche de buena conversación, de gestos, de recuerdos a la deriva, mientras la temperatura corporal de la mano calienta una copa de Coñac francés o de brandy de Jerez, es un aguijón de sensaciones para nuestras emociones. En la música nos reconocemos. Abre un camino de la nada a la belleza, perfora fibras vitalistas y existenciales. Inventa momentos llenos y vacíos a la vez, donde lo profundo convive perfectamente con lo baladí del “dolce far niente”, une lo terreno de nuestras pasiones con lo más sagrado de ellas. La madrugada huele siempre a autenticidad y los pensamientos son al mismo tiempo livianos y densos. En las noches de jazz nunca se sueña a ser otros pero los diálogos describen minuciosamente nuestras zozobras anímicas o nuestros sueños ideales y, sin quererlo, nos sorprendemos hablando como Freud, Kierkegaard, Aristóteles, Sartre o Pablo de Tarsis. Con los juegos de palabras nos confundimos y nos reímos, recordamos chistes avispados o nos subimos al escenario virtual de los monólogos humorísticos para asombrarnos de nuestra pillería verbal. El jazz suena y contagia con el virus de la maravilla de la conversación, el que lo prueba contrae esa enfermedad para siempre. De alguna manera el jazz cataliza y expurga, delata nuestros afectos y nos hace aborrecer lo banal. En este juego entre palabras y notas las pesadillas se mutan en sueños y las miradas toman formas del bien.
En esas madrugadas infinitas nos hacemos coleccionistas de hermosuras. Como disciplinados mecánicos, armamos piezas de un rompecabezas espiritual que apacigua la mirada hasta hacerse contemplación, reconcilia nuestra piel y despierta el goce. La percepción de un espacio envolvente de armonía inmaterial nos seduce y otorga profundidad y corporeidad a nuestros deseos. El jazz en la madrugada aleja las miserias y las ambigüedades propias del ser humano. Es la crónica anunciada de un después regalado. Es encontrar un sentido en el sinsentido, dejándose zarandear el corazón por esa melodía que casi nunca conoce lógica, que fascina con su hechizo y recorre la noche para irrumpir en lo real del nuevo día como si despertáramos del más bello de los sueños.

por @mbellido

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