Andalucía es una tierra abierta y vulnerable con muchos kilómetros de costa y es difícil determinar cuántos miles de personas, desde el continente africano, escogen diariamente Andalucía como puerta para entrar en Europa. Somos más conscientes durante el verano, cuando el mar se aplaca, el tiempo es más clemente y es más fácil la travesía de un continente a otro. Día tras día, las pateras cargadas de seres humanos reanudan una y otra vez su viaje aventurero hacia Occidente, que en muchos casos se ve frustrado con el final más trágico. ¿Terminará algún día este tipo de inmigración? ¿Es realmente una necesidad impuesta sólo por el sistema productivo y los límites de la oferta y la demanda de trabajo en Europa? ¿Son los denominados efectos negativos de la globalización los que imponen estas fugas masivas? ¿Hay algo más debajo de este flujo de musulmanes que invaden cada vez más las calles de la vieja Europa? Está claro que este éxodo desde África es organizado y muchas voces en toda Europa se levantan preguntándose si esto también forma parte de la guerra del radicalismo islámico contra los países del Mediterráneo. La concesión de acogida es cada vez más fácil, por lo que el inmigrante parece tener mayores privilegios políticos con respecto al ciudadano. Así, sin darnos cuenta, una masa crítica de inmigrantes va poco a poco influyendo en las instituciones y en nuestra cultura, sin, por otra parte asumir lo positivo y lo conseguido por nuestra sociedad. Baste pensar en el valor de la democracia y en la igualdad entre hombre y mujer.

Las naves que vigilan el Estrecho, la policía que vigila las fronteras de nuestro territorio, en realidad marcan nuestra inseguridad, nuestra vulnerabilidad. Porque se trata, en sustancia, de confines invisibles, de muros ilusorios, ya que el flujo de inmigrantes parece interminable. Si seguimos en esta dirección, a lo mejor no nos queda otra salida que hacernos los ciegos y no ver: renunciar a ver a estos inmigrantes, a estos ‘otros’ que nos pasan al lado cada vez más numerosos, más extranjeros y más lejanos de nuestra cultura. Pero, hacernos ciegos, para sentirnos seguros, no es la mejor solución. Convendría reflexionar.

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