Los terribles atentados de las últimas semanas han entristecido y trastornado al mundo empresarial también por la gran dosis de incertidumbre que el terrorismo genera cuando golpea a la sociedad. Son tiempos difíciles, no cabe duda. Sin embargo, no es excusa para pararnos, dejar de trabajar, dejar de innovar y no seguir estimulando el desarrollo tecnológico. Hoy una empresa o una sociedad que no innova está abocada a descarrilar.

La innovación es cambio, desarrollo, transformación y progreso y este nuevo horizonte de “sociedad red”, que se viene afianzando cada vez más, seguirá tratando sin piedad a los rezagados, a los lentos y a los resignados.

En casi todos los ámbitos, el mundo de hoy tiene muy poco que ver con el de los inicios del siglo, y también el mundo empresarial de hoy no tiene nada que ver con el de hace unos años. El cambio es siempre necesario, no sólo para progresar, sino para sobrevivir a nivel colectivo e individual, aunque asumamos que desde la educación y en la sociedad nos han programado para resistir a ello. Se trata de un mecanismo biológico y social: aparentemente es mucho más eficaz y menos costoso reproducir procesos, acciones y mecanismos que han demostrado su eficacia y que se han reconocido válidos, que dar el paso hacia el cambio, arriesgar e innovar.

La labor de adaptar las empresas a estos cambios, a los nuevos mercados tan competitivos, pasa por la búsqueda constante de la excelencia.

La excelencia designa un mérito y una capacidad de mejora que tiene que beneficiar a todos, consumidores y actores implicados. Un artesano, una industria, una pyme son excelentes cuando producen algo mejor que antes y algo mejor que los demás.

La marca es importante porque sintetiza y visualiza todo ese esfuerzo. La tendencia que hoy se impone es que la marca no esté fundamentada solamente sobre los productos y servicios, sino también sobre la actitud de las personas que la componen, sobre sus competencias y sobre la capacidad de continuar generando excelencia.

La marca no es sólo una imagen, es lo que define una realidad de servicio y de experiencia indiscutible, una realidad que hoy, además, puede ser compartida y difundida gracias a las nuevas tecnologías con un click en una red social.

En este proceso de cambio que las empresas tienen que emprender sí o sí, hay por tanto tres elementos fundamentales: innovación, flexibilidad y colaboración. Innovación, con la introducción de nuevos productos y servicios, nuevos procesos, nuevas fuentes de abastecimiento y cambios en la organización aprovechando las nuevas tecnologías. Flexibilidad, con la adaptación de los propios procesos a los feedback recibidos de los clientes, proveedores y tendencias que llegan del mercado. Y finalmente, colaboración, que requiere previamente la creación de un contexto adecuado. El mejor contexto es el de “ganar – ganar”. Antes, en los negocios, la máxima era gano yo y pierdes tú. Ahora, la fórmula vencedora es la de que todos ganen porque colaborando se suman esfuerzos e ideas y se reducen los miedos. Sumando se multiplica. Eso sí, para desarrollar una actitud colaboradora es necesario gestionar el propio ego desde la generosidad y la humildad.

Manuel Bellido

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