En los últimos años de la vida de mi padre, tuve con él charlas confiadas en las que poco a poco me fue revelando lo más interior de su alma. Las imágenes y los recuerdos de esas conversaciones tienen hoy más que nunca un vigor muy especial. Me habló infinidad de veces de la honradez, y lo hizo sin nombrarla. Sus experiencias, estaban cargadas de rectitud pero aún más su manera de donármelas. Con el tiempo he ido entendiendo que de la honradez solo saben hablar los honrados. Porque la honradez es un valor, es el valor de decir la verdad, de ser decente, de ser recatado, razonable, justo…
Celebro que la palabra honradez provenga del latín “honoratus” que significa actuar con honor. Es por tanto una palabra que dice cosas que solo ella puede decir. Y aunque esté a disposición de todos los vocabularios solo quien la vive es capaz de articularla, incluso sin necesidad de pronunciarla.
Con el tiempo yo también comprendo a través de las experiencias de la vida que cuando uno intenta hacer visible valores como el de la honradez, debe hacerlo sin privarlo de su carácter inefable. La honradez es intransferible como un sabor es intransferible. Se lleva dentro o no se lleva. Cuando recuerdo, como hoy estas conversaciones ultimas con mi padre, no logro recordar todas sus palabras, sin embargo me quedo con las ganas de ser mejor.