Será por los casos de corrupción que en los últimos años  han azotado el panorama político español, lo cierto es que muchos, cuando escuchan a ciertos políticos hablar, afirman que prueban un sentido de nausea y fastidio.   Se comprende que, ante ciertas posturas y discursos, el ciudadano no sepa si llorar, reír o salir corriendo. Es lógico que, cuando más deberíamos concentrar toda nuestra energía en salir de la crisis, nos sorprenda la actitud de algunos dirigentes que se enredan en cuestiones como la necesidad de la exhumación de Franco,  los bautizos civiles presentados como alternativa laica para dar la ‘bienvenida democrática’ al recién nacido, apelando para ello a la Revolución Francesa,  o que siguen en la  demonización de los bancos cuando ellos mismos se ha beneficiado de cancelaciones de créditos millonarios. Y nos puede extrañar también  ver a dirigentes políticos manifestarse, en determinadas ocasiones, junto a grupos antisistema violentos, quejándose precisamente del sistema del que viven y que ellos mismos contribuyen a formar y a mantener.

Hay para todos los gustos. Algunos vienen desarrollando desde hace años una gran capacidad “encantadora” equivalente a la evanescencia proyectual crónica que padecen. Otros son grandes habladores y espléndidos propagadores de obviedades, pero no sabemos en realidad lo que piensan sobre temas vitales, van de “colegas” con mucho “talante” emulando al súper progre correcto que fue Zapatero. Son admirables en una cosa: se han hecho expertos en acrobacias verbales para no hurtar nunca contra sus electores más radicales. Hay otros que, sin embargo, viven establecidos en el temor constante y cuando gobiernan y logran sacar adelante una ley que piensan buena y necesaria para el país, retrasan su aplicación o dan marcha atrás, presionados por los grupúsculos de “profesionales de la protesta callejera” que se apuntan a todas y son siempre los mismos y que para dar sensación que son más se autoproclaman “mareas”.

No cabe duda de que la imagen de muchos políticos está muy bien construida; la demagogia  es el barniz necesario para encandilar masas, pero, evidentemente, una buena parte de esta casta tiene poco o nada de estadista.

En este circo no faltan los que, enarbolando banderas secesionistas, intentan tapar sus incompetencias y carencias y, de paso, sus casos de corrupción.  Los movimientos surgidos en los últimos años para liderar la contestación civil saben probablemente adivinar el viento que sopla, pero son  incapaces de salir de la caótica dimensión de una corriente que quiere ser liberatoria y se contradice con su  misma intolerancia, con sus métodos  y falta de realismo.

Otro de los males que aqueja a buena parte de la clase política es que viven en un círculo cerrado, siempre el mismo. Políticos que se mueven entre políticos, que hablan con políticos o contra políticos; todos ellos  además asesorados por personas que les aíslan aún más de la realidad exterior o se la filtran a conveniencia.   Su vida política circula entre el Parlamento, la sede del propio partido y los mítines, sin embargo, todos están convencidos y se iluden a diario de poder conquistar el corazón de sus votantes. Creen que baste mezclar en sus intervenciones unos pocos polvos mágicos de demagogia y las masas estarán convencidas. No se dan cuenta de que ahora más que nunca la opinión publica tiene necesidad de que se le explique cómo afrontar concretamente los problemas reales del país, que se le aclare porque hay que seguir avanzando en la reforma laboral, porque hay que reformar con realismo el tema de las pensiones, de la educación y del sistema sanitario, porque hay que seguir trabajando en Europa, porque es importante la unidad de España… En definitiva, es urgente que la sociedad tenga a los políticos que trabajan para el bien común y no para el  acomodo del propio partido y de sus intereses; que hagan política con la p mayúscula, y que actúen sin retórica, con honradez intelectual y moral.

Los españoles como la mayoría de los europeos tienen necesidad de soluciones concretas, de respuestas solidas, que vengan desde la izquierda o desde la derecha poco importa. No es la etiqueta, sino la sustancia. Si nuestros políticos no entienden lo antes posible estas pocas cosas tan elementales, seguirán dañando nuestro país y retrasando nuestro progreso.

 

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com