Si hay una imagen que resume el día de ayer, que fue una especie de madrugada de Viernes Santo, es la de ese hombre vestido de blanco pidiendo misericordia, mientras en el mundo el sufrimiento, la ira, la desilusión y la desesperanza se abrían camino. En esa plaza vacía, en la inmensa plaza de San Pedro, mientras el Papa invitaba a la paciencia y a la esperanza, la lluvia se precipitaba desde el  cielo, como un llanto desconsolado.

La fe sostiene la lucha contra un enemigo invisible, que necesita de todos los medios materiales pero acompañados de oración y servicio silencioso. Lejos de las luces artificiales, de la demagogia política que hipnotiza pero no alumbra, las palabras de Francisco iluminan el túnel del coronavirus, dando una respuesta al miedo para evitar que se conviertan en resignación o, peor aún, en rencor.

Sin frases hechas y con mucha concreción, sin sensacionalismo y con humildad, sin ofrecer recetas milagrosas o falsas expectativas, el Papa nos devolvió la esperanza anoche: Seamos creyentes o no, en la cruz de Cristo fuimos «sanados y abrazados». Significa que incluso en esta “noche” del virus, del enemigo invisible  contra el que luchamos, siempre habrá alguien con nosotros, que nos enseña a ser y  a estar, a rezar y a amar. Estamos aislados, tal vez sí, pero nunca solos.

En la extraordinaria oración del papa Francisco ayer contra el coronavirus nos recordó un episodio evangélico «El coronavirus nos sorprendió como a los apóstoles les sorprendió la tempestad en la barca”. Nos hemos dado cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios cada uno, todos llamados a remar juntos, todos con la necesidad de consolarnos mutuamente. En esta barca estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con angustia al unísono, con una sola voz y que dicen a Jesús: «Estamos perdidos» (v. 38), también nosotros nos hemos dado cuenta de que no podemos seguir cada uno por su cuenta, sino juntos.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com