He leído una frase esta mañana de Gerard Mendel que me ha hecho reflexionar: “Cada uno quiere salvar su alma, sus cosas, cuando lo que tenemos es el otro. Y el otro es nuestro espejo humanizador.” A veces me ha parecido entender que la vida sin un “otro” carece de esencia. La ausencia del “otro” es una privación del bien. Incluso el propio ser tiene sentido solo cuando existe “otro” al que donarlo. Si un “otro” arriesgamos de vivir el vacío o la nada. El otro es una excusa para el crecimiento del bien o del mal. La relación con otro ser nos procura la magnanimidad del amor, la falta de relación nos condena a la pequeñez y a la mezquindad. El amor engrandece la dignidad del ser humano y nos procura mantener las más elevadas expresiones de lo estético y de lo ético. La existencia del otro da valor a parámetros como el esfuerzo, la dedicación o el sacrificio.
Cierta cultura actual genera mucho caldo de egoísmo. Se vive de espaldas a intereses comunes o ajenos con total naturalidad. Se inventan nuevas reglas para embaucar, engañar, soliviantar. Porque lo trascendente del prójimo parece haber desaparecido y de consecuencia su consideración. El “otro” es la ventana por donde podemos acceder al bien.
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