En tiempos no lejanos tuve la fortuna de contemplar los frescos “del Buon Governo” di Ambrogio Lorenzetti en el Palazzo Pubblico, o Palacio Comunal, de Siena, en Italia. Este Ayuntamiento que data del siglo XIV está situado en la Plaza del Campo, un original espacio abierto que tiene forma de abanico. La construcción del edificio comenzó en 1297 y su propósito original era albergar el gobierno republicano, formado por el Podestà y el Consejo de los Nueve. Mi visita fue un momento de reflexión que aún recuerdo. Hace unos meses una persona amiga me refrescó la memoria enviándome un libro con las ilustraciones de la sala “dei Nove” donde aparecen estos frescos. Estas pinturas fueron encargadas por los gobernantes laicos de la época y representan escenas de la vida secular. Es significativo constatar que en tiempos de Lorenzetti, “Il Comune”, entendido como gobierno de la ciudad, y el bien común se identificaban y coincidían, eran una misma cosa. El modus operandi de la política en aquel momento estaba dirigido a obtener el bien de los ciudadanos. La política tenía que ver con los ciudadanos, es decir, con la comunidad. La política tenía como fin servir al ser humano en todas las realidades de su vita y repercutir en el bien común. No era una pía intención ni vil demagogia. Lorenzetti, mostrándonos las cuatro virtudes cardinales, fortaleza, prudencia, justicia y templanza, nos habla de la tensión y proyección ideal que debería tener una persona pública en un sentido vital, no como una ética abstracta. Nos habla de la conciencia de la persona y, por lo tanto, de la relación con los otros hombres. Experiencia y sabiduría aparecen en la alegoría de Lorenzetti como capacidad de dirigir y de gobernar de la manera más adecuada.
La reflexión que hice en aquellos momentos es que esa sabiduría vital que allí se nos propone no era valida solo para aquella época sino para todos los tiempos. La belleza del fresco logra traspasar el tiempo y la coraza de la superficialidad de la política actual. El mensaje llega al corazón.
La pregunta que me viene a la cabeza es muy sencilla: ¿de qué fuente puede nacer una humanidad capaz de traducir la normal administración del poder en un buen gobierno que sirva al bien común? Ante la belleza de estos frescos medievales de Siena se entiende cuánto sea importante para los políticos depurar su propia vocación, siempre. En aquella sala de impresionante belleza resuena un pensamiento: “Diligite iustitiam qui iudicatis terram”, que ame la Justicia quien quiera juzgar las cosas de la tierra. La Justicia para Lorenzetti no era una medida, sino una mirada hacia la Verdad, una tensión constante más que una meta. Son las mismas palabras que Dante habría visto en el cielo de Júpiter, el cielo de la justicia, virtud que tendría que reinar en el corazón de quien gobierna.
¿Tiene algo que ver con el espectáculo político al que asistimos hoy?

por @mbellido

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