Aunque no sea la primera noticia en los telediarios, lo cierto es que todos los días en muchos rincones del mundo los cristianos están sufriendo en estos últimos años una persecución que recuerda otras muy cruentas que sufrieron en los primeros siglos del cristianismo. Hoy, por ejemplo, me llegan noticias que decenas de cristianos han sido asesinados en pueblos y aldeas de la región del Cinturón Medio de Nigeria durante las últimas semanas y el pasado lunes un sacerdote que vive en la India me escribía sobre los 161 casos de asesinatos que se han producido en la región donde vive, en tan sólo los dos primeros meses y medio de 2024.

Estas noticias me hacen reflexionar no solo sobre los altos niveles de persecución y discriminación que más de 365 millones de cristianos en el mundo sufren por su fe, sino también sobre el aislamiento al que viene sometida la Iglesia por parte de determinadas ideologías para silenciar su voz o su presencia en el diálogo social y político. Por supuesto no puedo obviar la vigilancia y censura que, en naciones gobernadas por la extrema izquierda y la izquierda extrema, se hace sobre la difusión del conocimiento religioso y cristiano; un acorralamiento que a veces roza los rasgos de un estado policial.

La intención es clara: silenciar su pensamiento sobre doctrina moral o cuestiones sociales como las relacionadas con la emigración, el desempleo, la desestructuración familiar; con todo lo que conlleva en cuanto a educación, humanización, identidad, protagonismo y responsabilidad social…

No es una teoría que me saco de la manga, son los muchos hechos que cada día se asoman a los portales de noticias los que constatan los efectos negativos de una disminución de los valores morales en la sociedad. Estos hechos se alimentan de aspectos indeseables que roban la paz y la armonía, alteran el vivir social, disminuyen la confianza, aumentan la delincuencia, la corrupción política y comportamientos poco éticos. Actitudes que terminan provocando una ruptura de la cohesión social.

Ante cierta deriva veo necesario revitalizar y revisar desde dentro de la Iglesia la presencia del cristiano en la vida pública; y es que una especie de inconsciente nietzscheano sigue dominando algunos estados de ánimo católicos, que filtra visiones, moldea pensamientos, incita ese impulso nunca eliminado hacia la autocensura que con el tiempo ha debilitado muchas de nuestras palabras evangélicas, reduciéndolas a útiles fósiles verbales sólo como exposición arqueológica  de un mundo desaparecido.

Mientras que sin límites ni contención avanza, impuesta por ciertas ideologías globalistas, una demagogia cuya materia prima se alimenta solo del cinismo de lo útil y del frenesí de lo placentero, se buscan en vano antídotos para estos síntomas de deconstrucción general en las promesas demagógicas de los populistas y en caudillos narcisistas, como si los problemas se resolvieran envolviéndolos de storytelling, recursos en los que precisamente son especialistas los autócratas.

Los cristianos no podemos resignarnos a seguir siendo prisioneros de malentendidos. El discurso cristiano tendría que reformularse en esta etapa histórica a pie de calle, no solo a nivel de jerarquía. El cristiano no puede quedarse al margen de la cultura o de la política. No involucrarse significa aceptar el papel de buenas personas en el ámbito privado o de conservadores sociales de las tradiciones que ciertas políticas en esta época quieren asignar a la Iglesia.

La cultura cristiana es rica en profecía de historia y sabiduría de vida. En lugar de llorar por llegar “después” y rezar por las consecuencias, comencemos a pensar en llegar “a tiempo” y evitar peores males.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com