Parpadeo. Me restriego los ojos varias veces pero sigo con la vista nublada. He mirado distraídamente la bola de fuego que reina soberana en medio de este cielo sevillano de julio. ¿De que color es el sol? Qué fácil es hablar de la blanca luz de la luna, del rojo de las amapolas y de las clavellinas, de la trasparencia de las gotas frescas de rocío en el corazón de los lirios, del candor de la nieve, de los verdes de las selvas, del marrón de los troncos o del naranja de los bosques en otoño. También las tórtolas, los jilgueros, las alondras, los pavos reales deslumbran ante nuestros ojos con ese brillo multicolor característicos de las aves y sabríamos definir sus matices cromáticos casi con toda exactitud. Además estos colores provocan en los ojos un arranque de júbilo interior.
Cuando hablo del blanco de los glaciares puedo usar los equivalentes, albo, opalino, diamantino, marmóreo, alabastrino, perla, nacarado, azahar, argentado, armiño. Cuando hablo del cielo, puedo decir celeste, turquesa, azul, azulino, añil, marino. Cuando hablo del sol no se decir su color, aunque lo haya pintado amarillo, áureo, de oro o miel en mis cuadros juveniles. Con el sol me pasa como con ciertos labios que siempre llevo retratados en mi mirada, describo su forma pero nunca acierto a descifrar su color, a veces pienso que son de color rojo, grana, carmesí, granate o encarnados. Eso sí, tanto esos labios como el sol derraman fuego. Noble visión de mieles divinas, sencillez de las cosas perfectas.

por @mbellido

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