Hace unos días tuve la ocasión de participar con Fernando Onrubia y José Apezarena en una mesa redonda moderada por una gran profesional del periodismo como es Mar Arteaga. Antes de presentarnos ante el público que nos esperaba en la sala, mantuvimos una interesante y animada conversación sobre periodismo y medios de comunicación. Todos coincidimos en la necesidad de recuperar valores y buenas prácticas en nuestra profesión y, por supuesto, atender siempre a nuestra labor desde el interés general de las personas. Me despedí de ellos muy orgulloso de tener compañeros tan comprometidos con su vocación y convencido de que muchos colegas, en su trabajo diario, siempre se esfuerzan en narrar del país una vida real y no de ficción.
Lamentablemente o afortunadamente durante estas últimas vacaciones, donde más relajadamente he tenido posibilidades de compartir tertulias informales sin micrófonos, ni cámaras y con gente llana y sencilla que te cuenta lo que viven y a lo que aspiran y como ven la realidad que les circunda, he vuelto a constatar el elevado muro que separa a veces la actualidad y la vida real. Raramente la historia de la ciencia de la Comunicación tradicional ha vivido como hoy ante una opacidad tan acentuada de lo que en realidad son los humores, el genio, la índole y la situación real de la opinión pública. Nunca como ahora reportajes, sondeos, debates y análisis han representado de manera tan escasa los sentimientos, el cansancio o el entusiasmo de la gente común. A veces a los medios se nos escapa lo que verdaderamente ocurre en la calle y por eso no lo contamos. Y para encontrarlo no habría nada mejor que subirse a un autobús, meterse en un mercado o hacer la cola delante de una ventanilla en una sucursal bancaria y escuchar a la gente. La realidad aparece diversa y tiene una autenticidad que no se presta a maquillaje o a lifting, no vive bajo las luces de un plató pero sí de la vida misma. Reflexionando me atrevo a decir que a veces la Andalucía mediática poco o nada conoce la Andalucía real. No es cuestión de gobernantes o gobernados, de izquierda o de derecha, es que el sistema se ha instalado desde hace tiempo en un observatorio equivocado, y solo muestra, como en muchas otras regiones, la fantasía de los reality show, de la crónica rosa de cuernos y de sexo, de corrupciones urbanísticas, de vida privada de folclóricas, de fútbol o de política de despachos, cosas que nada tiene que ver con la cotidianidad. Hasta las noticias sobre religión o Iglesia para poder aparecer en ciertos medios tienen que llevar una pizca de fantateología, con elementos amarillistas, apócrifos o heréticos.
No es que la realidad social no tenga espesor, es que no se escarba suficientemente, porque es más fácil dibujar esa realidad a priori sobre las parrillas de programación o sumarios, que indagar entre la gente.
Es arriesgado para la clase dirigente obrar sin saber, como lo es para el sistema mediático fabricar periódicos y programas hechos a medida sobre el identikit de una sola parte de las audiencias. Prisas, coacciones o cansancio, rutina en repetir los esquemas de siempre y a veces arrogancia suelen producir realidades de ficción a las que los ciudadanos dan la espalda.
En el pasado conocí a escritores y a grandes personajes del periodismo que con paciencia y humildad salían a observar, preguntar, pararse y anotar y después razonar y publicar. Es un modo de preservar las libertades de la sociedad en la que vivimos. Ojalá seamos siempre capaces de hacerlo