He cogido una prenda de vestir entre mis manos y me la he acercado a la nariz. Olía a almendras dulces. El olor se ha infiltrado por los poros de mi piel y me ha trasladado infinitos recuerdos y emociones. Es un gesto que recuerdo de mi madre cuando recogía la ropa ya seca de los tenderos de la azotea. Mi madre olía a limpio, mi padre a jabón de afeitar, el patio de la casa donde nací a geranios, esparragueras y clavellinas, el cine de verano a jazmines y dama de noche, las cena, cuando volvía a casa después de la película, olía a tortilla de patatas, a pimientos fritos y a ensalada de tomate. San Pedro, la parroquia donde de pequeño hacía de monaguillo, olía a incienso y agua bendita. Aquel día que acompañé al párroco a dar la extremaunción a un moribundo, olí la muerte y, aturdido por las sustancias volátiles que emanaban de aquella cama, sentí una bofetada que aplastó mi cara y mis sentidos. El molino de Arcos olía a aceite, la playa de Valdelagrana a sal y yodo, la chica del servicio domestico de la casa de mis amigos, donde yo iba a jugar, olía a violetas, el colegio olía a colegio, el Instituto Padre Luis Coloma donde estudié en Jerez olía a laboratorio y a animales disecados, los jardines del Alcanzar de Jerez a buganvillas fucsias y moradas.
Florencia siempre me olió a frescos, a óleo y a cuadros recién pintados, Roma siempre a mármol. La Toscana me olía a castaños y cipreses, la escuela de danza del barrio du Marais en Paris a parquet de madera desgastada, la tienda de antigüedades de mi amigo Mariano en La Puglia italiana olía a madera vieja y a terciopelo, cuando entré a visitar la Tumba de Padre Pío en San Giovanni Rotondo me invadió un intenso perfume de rosas. La redacción de la editorial Mondadori en Milán olía a papel, como olía a máquina de escribir la redacción de Il Giornale, de Indro Montanelli.
Liliana olía a “Malizia”, los primeros años de Gloria olían a “Nenuco”.
Sevilla huele a azahar, aunque no sea primavera. Andalucía a veces me huele a plantas aromáticas como la lavanda, el espliego y la menta, otras me huele a limones, a palo de rosa o a gardenias.
La cocina de mi casa huele siempre a hierbabuena.
Con los años he aprendido a oler también a través de los ojos, de los oídos, de las manos, y no sólo a través de la nariz. En el recuerdo guardo muchos olores y cada uno es una persona, un momento, un lugar. Ahora, en esta prenda que me he pegado a la nariz, huelo a almendras dulces, pero en tropel me asaltan otros olores sobrecogedores y penetrantes, una mezcla de canela, de naranjas mandarinas, de coco, de lavanda. Es un frescor cautivador que reconozco, es el aroma del Amor.
Manuel Bellido

por @mbellido

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