Terminaba el verano y de vuelta a Sevilla me paré en uno de esos pueblecitos andaluces que no tienen edad, para hacer una pausa en el viaje y comer algo. Encontré un bar que prometía degustar comida casera. Algunas mesitas en la calle invitaban a sentarse bajo unos parasoles que protegían del sol. En la mesa de al lado una pareja joven y dos chavales de diez u once años se divertían con los gestos que hacia el más pequeño. 

No sé cómo inició nuestro encuentro, pero después de un rato sentado y ya en plena degustación de una super ensalada de la huerta, estaba intercambiando frases con Alberto, el padre de los adolescentes.  Alberto vestía ropa sencilla que se salía de lo comercial y esto ya me daba a entender que tenía valores que no estaba dispuesto a dejar de lado vistiendo a la moda o de marca. Más avanzaba la conversación e iba conociendo su historia y sus experiencias, iba comprendiendo que era una familia que valorizaba crecientemente una vida abierta a la naturaleza, y por sus citas científicas y filosóficas, también al conocimiento. Dejaban la ciudad y ahora para residir habían encontrado un pequeño pueblo, cerca de un espacio verde y natural. Alberto me hablaba de la necesidad de aprender de la sabiduría de la Tierra. Quería que sus hijos aprendieran no solo de los libros sino también de la biodiversidad. Se mudaban para vivir en un lugar que les permitiera ir al encuentro de la propia espiritualidad. Cuando nos despedimos, ambos nos habíamos enriquecido de la conversación, habíamos inventado incluso una nueva palabra: ahorando, el “aquí y ahora,” era demasiado estático e inmóvil. Vivir el presente ahorando”, nos pareció una buena definición para sustituirlo.

Echando la vista atrás, reconozco que el verano ha sido denso de encuentros muy especiales con personas, donde la escucha ha sido el medio principal que me ha permitido conocer otras ideas, otros mundos, otros sentimientos y conocimientos. Alguien dijo una vez, creo que fue Juan Luis Vives, que «no hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras».

Por eso me gusta entretenerme con los vecinos que me cruzo en los pueblos que visito. Me gusta encontrar personas dispuestas a abrirse e intercambiar pensamientos y experiencias. Lo hago casi siempre con un respeto próximo a lo divino. Quise hacer del diálogo un culto a lo largo de mi vida y me esfuerzo todavía en que así sea y al afrontarlo, como me enseñó mi padre, presupongo en el primer momento la buena fe de mi interlocutor. Es un modo de basar la ética personal en la confianza en el mundo y en el ser humano, ética que se contrapone a la existencialista de la desesperación y del absurdo.

Con los años la realidad se me va haciendo enorme y no puedo pretender alcanzarla de la mano de un solo interlocutor, sea pensador, estudio o experiencia. La curiosidad me empuja a rastrear, probar, ensayar, tantear; el descubrimiento de nuevos puntos de vista, de nuevos caminos constituye una dimensión fundamental en mi pensamiento. Es así que en esta dinámica de diálogos en el rincón interior de mi mente se va componiendo un mosaico rico de puntos de vistas que me sirven para afrontar el día a día; para situar mi mente al centro de las preocupaciones de nuestro tiempo. Preocupaciones que mucho tienen que ver hoy con el medio ambiente, por eso abro constantemente el libro de la gran ciencia de la Naturaleza que me proporciona vitales conceptos de origen físico, biológico y psicológico.

El descubrimiento del libro de la Naturaleza no ha sido solo fruto de una búsqueda laboriosa. Fue la misma Naturaleza quien a través de uno de esos mecanismos de la conciencia se me presentó y se me impuso; fue su atractivo el que puso en movimiento mi ánimo, mi curiosidad, mi pasión y fue organizando mi mente y mis sentidos para mejor divulgar y compartir conocimientos y preocupaciones. En esta labor tengo claro que explicar no es en ningún modo enfrentar, analizar, distinguir o dividir, sino unificar y mostrar la unidad que se esconde bajo la heterogeneidad de la Naturaleza, su totalidad vital y su dinamismo, sabiendo que nuestro precioso planeta es nuestra casa común, un todo donde germina la biosfera, el lugar de residencia de la familia humana. 

Son tiempos en los que me identifico a menudo con mi admirado y estudiado Alexander von Humboldt, también él anotaba en sus cuadernos las experiencias que hacía. A mi nuevo amigo Alberto, le resumí mi último viaje, con esta cita de sus diarios: “Voy a recoger plantas y fósiles, y realizar observaciones astronómicas con el mejor de los instrumentos. Sin embargo, este no es el propósito principal de mi viaje. Trataré de averiguar cómo las fuerzas de la naturaleza actúan unas sobre otras, y de qué manera el entorno geográfico ejerce su influencia sobre los animales y las plantas. En resumen, debo aprender acerca de la armonía en la naturaleza”.

Es así como vivo esta etapa de mi vida: ahorando, conociendo más y mejor un mundo en movimiento al que amo apasionadamente.

por @mbellido

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