Científicos, economistas, psicólogos, políticos decentes, pensadores, empresarios honrados e incluso militares tienen cada día más razones para interesarse por la contaminación, la alteración de los modelos climáticos, la destrucción de la capa de ozono, la degradación del suelo, la desertificación, la acidificación de los océanos, la pérdida de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos renovables y no renovables, el aumento de la temperatura global, la  disminución de las capas de hielo y el retroceso glacial, el aumento del nivel del mar, y otras alteraciones  en nuestro Planeta que están mereciendo incluso la movilización de componentes activos de la sociedad civil.

Alteraciones que pueden derivar en problemas de disponibilidad de agua para todos, de inseguridad alimentaria, de salud pública, de riesgos financieros, de estabilidad política, de cambios geopolíticos, de aumento de catástrofes, de aumento de flujos migratorios y de otras consecuencias propiciadas por el Cambio Climático.   La desestabilización de pilares tan vitales para el futuro de la civilización y para la vida de las generaciones futuras puede pasar desapercibida hoy día solo para ignorantes con título universitario, psicópatas de guante blanco u obesos mentales.

Llevo años denunciando la injusticia y el sufrimiento que se produce en parte de la familia planetaria inherente a la degradación de la naturaleza. En la era del Antropoceno -es decir, la era geológica en la que el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de transformación planetaria-, no podemos huir de nuestra responsabilidad. Como afirma Francisco en la encíclica Laudato si’: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra solidaria, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (LS 139).

Las personas más pobres son las que más sufren el impacto de esta crisis ambiental, pero son las menos responsables y las que menos instrumentos tienen para luchar contra sus consecuencias.

Es necesario que abordemos este momento histórico, uniendo acción, ecología y solidaridad, cada uno desde el rincón del planeta donde nos ha tocado vivir, aportando nuestro granito de arena, por ejemplo, luchando contra la cultura del descarte, para ayudar a muchos que no tienen.

Sabemos que la riqueza o la pobreza de una sociedad también se puede medir por el volumen de desechos que produce. En occidente somos campeones del descarto, sobre todo en lo relacionado con el desperdicio de alimentos. Sólo en España, se desperdician 7,7 millones de toneladas de alimentos al año. En la Unión Europea el 20% de todos los alimentos producidos van directamente a la basura. Un tercio de la producción mundial de alimentos va a parar cada año a la basura. Esto equivale a 1300 millones de toneladas de comida.

En nuestra sociedad occidental es habitual usar y tirar lo que todavía podría ser útil y, ciertamente útil para otra persona. Me refiero a todo tipo de cosas, de objetos, de vestidos y no solo de alimentos.

De por sí, eliminar y tirar es también hoy día un problema: porque en muchos casos es una causa adicional de contaminación ambiental. Cuando el volumen de las basuras aumenta considerablemente y no bastan los vertederos, los depósitos de basura con sus procesos para reducirla, todos nos vemos afectados directamente. La basura libera sustancias tóxicas al medio ambiente que se extienden tanto por el suelo, como por el agua y el aire. Cuando estas sustancias tóxicas entran en contacto con los seres vivos (ya sean personas, animales o plantas), afectan negativamente a su salud.

Es hora que la economía circular entre a formar parte de nuestras vidas y de la vida de las empresas, La economía circular aplica el principio básico de reducir, reutilizar, reparar y reciclar en un círculo continuo. ¡Cuánto desperdicio y cuanta basura podríamos evitar!

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com