Hoy nadie pone en duda que el tejido empresarial en los últimos años vive  una etapa marcada  por la innovación tecnológica, el cambio permanente de productos y servicios, la incertidumbre de los mercados, la crisis económica, de la que acabamos de salir, y la influencia de factores  como la ascendente globalización y  la convergencia digital. A todo esto hay que añadir el creciente valor del conocimiento como clave para el progreso y el desarrollo económico.  Lo cierto es que en estos años no todas las empresas han sabido adaptarse a estos cambios y a los ajustes que se producían a nivel mundial. En esta travesía, muchas se han roto, otras sencillamente han sobrevivido y otras han logrado avanzar mucho.

 La tecnología, lo sabemos, mejora la calidad de vida modificando favorablemente el entorno del ser humano y, sus avances, son, además, el motor de los grandes cambios económicos y culturales. La parte negativa de ciertos avances tecnológicos es cuando el resultado crea una cultura de cosas amadas y personas usadas.

Muchos empresarios y emprendedores se preguntan cómo afrontar este nuevo horizonte cambiante que trata sin piedad a los rezagados, a los lentos y a los resignados. Sin duda, la mejor manera de afrontarlos es adoptar una actitud de constante revisión, transformando nuestras empresas en organismos  adaptables. Para ello es fundamental interpretar las señales del entorno, desarrollar la capacidad de experimentar, valorar el talento de las personas en nuestros equipos, buscar ecosistemas de aliados y ganarse la licencia social para operar con la actitud positiva de trabajar por el bien común.

En este camino habría que estar atentos para saber encontrar, en el momento oportuno, otras empresas en las que reconocer valores y factores que podrían ser complementarios y de ayuda.

Estoy convencido de que la solución a muchos problemas en algunas empresas empezaría por colaborar. Colaborar en la mayor parte de los casos, promueve la creación de futuro. Evidentemente, para hacerlo, se requiere una actitud y una acción que conlleva asumir riesgos. Arriesgarse es perder el equilibrio, sin embargo, no arriesgarse, es a menudo, perderse.

Para colaborar es fundamental crear un contexto adecuado. El mejor contexto es el de “ganar – ganar”. Antes, en los negocios, la máxima era gano yo y pierdes tú. Ahora, la fórmula vencedora es la de que todos ganen porque colaborando se suman esfuerzos e ideas y se reducen los miedos. Eso sí, para desarrollar una actitud colaboradora es necesario gestionar el propio ego desde la generosidad y la humildad.

En la vida, para avanzar, es necesario desaprender y aprender a aprender, soñar y comunicar en modo ilusionante, no dando permiso a las nostalgias y a los miedos.  Algo que requiere aumentar la confianza en nosotros mismos y generarla en los demás. Me gusta mucho la frase Earl Gray Stevens, con la que me gustaría cerrar esta carta: “La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas la preguntas”.

manuelBELLIDO

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por @mbellido

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