A veces, salimos del cine con el semblante pensativo porque la visión de una película nos ha dejado impactados, lacrimosos y meditabundos. Otras, sin embargo, vemos una de dibujos animados, o una comedia americana llena de lugares comunes y con un argumento no problemático y sencillo y sentimos la formidable sensación al salir de la sala de proyección que nos hemos despejado y relajado, como si nos hubiéramos quitado un peso de encima. El motivo, probablemente, es que nos hemos reído y la risa, se sabe, es un buen medicamento que renueva nuestra energía. Leí no hace mucho en un tratado de medicina una frase de George Ivanovitch Gurdjieff que me pareció muy certera: “La risa nos alivia de energía superflua, que, si queda sin utilizar, puede convertirse en negativa, es decir, en veneno. La risa es el antídoto”. Todos lo hemos comprobado alguna vez. Algunos minutos de risa a mandíbula batiente logra disipar hasta los dolores de muela. Mi buen amigo el doctor González me decía recientemente que la risa cura problemas como la depresión, la angustia, la falta de autoestima y el insomnio. Hasta los conflictos de pareja se disipan cuando se mueven los diafragmas de ambos, a la vez, y los pulmones remueven el doble de aire que habitualmente. Se entiende que una buena respiración fortalece el corazón y el espíritu. Además, no podemos olvidar que el hombre se distingue de todas las demás criaturas por la facultad de reír. A todos nos ha sucedido ir por la calle, recordar algo que hemos oído y echarnos a reír ante la mirada extrañada de la gente que nos cruzábamos. A mí me pasa cuando recuerdo alguna de las cosas que decía el barbero que venía a casa a cortarnos el pelo a mi padre, a mi hermano y a mí, cuando éramos niños. De vez en cuando soltaba una de esas frases lapidarias que hoy, al recordarla, no me deja contener la sonrisa. Si mi hermano y yo estábamos armando una pelotera le decía a mi padre en tono irónico: “La confusión está clarísima”. Otras veces, hablando del trabajo o del estudio, decía: “Trabajar nunca mató a nadie, pero, ¿para qué arriesgarse?” o “Mátate estudiando, y serás un cadáver muy culto”. Alguien que lo conoció me decía que, ya anciano, Juan decía de vez en cuando con la guasa socarrona que lo caracterizaba: “Lo triste no es ir al cementerio, sino quedarse”. Spinoza habría dicho si hubiera conocido a este hombre y su talante campechano y guasón: «Conviene reír sin esperar a ser dichoso, no sea que nos sorprenda la muerte sin haber reído”. A veces los días pasan en una vertiginosa sucesión de momentos serios, conversaciones de trabajo, telediarios repletos de tristeza, diálogos sobre corrupción política o crisis económica, silencios estirados, frases grandilocuentes, y cosas por el estilo. Apenas parece que podamos tener un momento de distensión. La risa es un buen recurso y no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar las ocasiones que se presenten para generarla. Incluso yo diría que hasta es bueno provocarla. Cicerón que nada tenía de tonto decía siempre: “Si eres sabio, ríe”. ¿Habéis probado alguna vez a reíros en silencio? Imposible, ¿verdad? Aunque, con lo que acabo de decir, probablemente, esté haciendo sonreír a más de uno, recordando algún acto oficial o alguna ocasión solemne donde las ganas de soltar una carcajada eran grandísimas pero la seriedad de la circunstancia no lo aconsejaba. No he tratado de disertar sobre la risa sino de recordarme y recordaros que es un buen antídoto para mejorar la calidad de nuestras vidas, y aunque ya sabemos que la verdad absoluta no existe, y esto es absolutamente cierto, espero, al menos, haber conseguido contagiar por un momento las ganas de unas risas sanas y saludables. Oliverio Goldsmith nos dejó un consejo: «El día más irremediablemente perdido es aquel en que uno no se ríe».

Manuel Bellido

por @mbellido

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