Mis emociones y preferencias han dictado la selección de poemas de esta antología. Al orden cronológico he preferido el ritmo de las sensaciones. Estos versos los escribí entre 1973 y 2021.
La poesía nunca supuso para mí un aislarme de la realidad, sino un zambullirme en los más profundo de ella, dentro y fuera de mí. Por ese motivo he dejado junto a la fecha el lugar donde fue inspirada y escrita. La ciudad era el marco de ese momento interior que yo vivía; circunstanciales escenarios iluminados por la luz de la mañana o ensombrecidos por las tinieblas del crepúsculo.
Hoy estos poemas evocan vibraciones de mi espíritu, tonos armoniosos de la música del alma, quebrantos de mi ánimo o simplemente fotografías.
De la ironía al drama, de la sonrisa a la mueca, del miedo a la esperanza.
Versos rotos, frases breves, imágenes veloces, fotogramas metafóricos. Como es habitual en la poesía, se esconde a menudo el conocimiento de la causa y el advenimiento real que ocasionó la imagen.
Los sentimientos desfilan sobre el papel, vistiéndose de palabras, marchando con ritmo y con cadencia, ordenándose por grados de emociones, susurrados o gritados, ensalzados o humillados, aireados como ropa tendida para que no terminen oxidados en algún cajón del alma.
Sin embargo, hay algo más, algo fundamental, una intencionalidad vital que se esconde en mi vocación literaria y que aparece en el primer y último poema de esta antología, casi una misión: alumbrar, encender en el corazón del lector una llama que procure calidez en la, a veces fría, travesía terrena de esta época convulsa. Difícil objetivo, tan arduo como encender una fogata en Urano.
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