Una de las estrategias vitales que más nos sostienen en nuestro caminar terreno es la de la ilusión. Aquella ilusión que no fabricamos, sino que se nos propone desde el exterior es, quizás, la que más nos sorprende. Recuerdo la ilusión que me producía encontrar en el hall de algún hotel mexicano un grupo de mariachis dándome la bienvenida con una canción donde decían mi nombre, o encontrar a una camarera en un bar de Manila que, recordando mis gustos, comenzaba a preparar la copa que me gustaba viéndome entrar por las puertas, sin ni siquiera preguntarme. También me hizo ilusión marcar un gol en un partido improvisado en una playa de Río de Janeiro con un equipo de segunda división, yo que nunca jugué al futbol. Gran ilusión probar algunos simuladores en el centro de la Nasa en Houston cuando acudí a visitarlo hace ya algunos años. Así podría seguir con una larga lista de momentos que me han “hecho ilusión” a lo largo de la vida.

Pero la ilusión, dicen los psicólogos con razón, se refiere sobre todo a una esperanza infundada, un anhelo.

Creo que este anhelo es una emoción lógica producida por la imaginación. El diccionario me da tres opciones. “Esperanza puesta en una cosa positiva, como un sueño o proyecto”: “tengo la ilusión de viajar a América”. “Sentimiento de alegría que produce una cosa positiva o que se desea mucho”: “sintió una gran ilusión cuando le concedieron el premio”. Y por último: “Imagen mental engañosa provocada por la imaginación o por la interpretación errónea de lo que perciben los sentidos”.

Ha sido leyendo un escrito de Jean-Paul Sartre que me han venido estos pensamientos a la cabeza: “Un hombre nada puede desear a menos que antes comprenda que sólo debe contar consigo mismo, que está solo, abandonado en la tierra en medio de sus infinitas responsabilidades, sin ayuda, sin más propósito que el que él mismo se fija, sin otro destino que el que él mismo se forja en la tierra”. Yo siempre he pensado que es bueno, a la hora de anhelar, preguntarnos antes por la felicidad que obtendríamos y por las consecuencias que tendría ver nuestro deseo hecho realidad. Nunca olvido la frase que en la película Memorias de África pronuncia Meryl Streep en el papel de Karen Christence Dinesen Blixen: » Cuando los dioses quieren castigarnos atienden nuestras plegarias». Lo cierto es que nada ocurre por casualidad. Todo lo que pasa tiene un porqué. Tal vez nuestra inteligencia no lo entienda y hasta puede que jamás lo llegue a comprender, pero nuestro corazón lo intuye. Deseos y amores poseen futuros inciertos: uno nunca sabe cuándo se cumplen hasta tenerlos. He interrumpido estas notas porque alguien me ha llamado por teléfono. Qué curioso. Ha terminado diciendo: “Si deseas algo con mucha fuerza… déjalo en libertad… si vuelve a ti, siempre fue tuyo… si no regresa, no te pertenecía desde el principio”.

Veremos que hago con este anhelo envuelto en ilusión.

por @mbellido

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