Es muy difícil imaginar un campo sin árboles o una casa sin ventanas. Difícil es también imaginar un reloj de pared sin manecillas o una calle sin farolas. Sin embargo, para muchos es más fácil admitir una estantería sin libros. Hace pocos días acudí a una biblioteca y mi sorpresa fue descubrir vacías algunas estanterías que recubrían las paredes del local. Solo unos pocos estantes estaban ocupados por textos. Cuando viajo, al alojarme en un hotel, lo primero que hago es abrir el cajón de la mesilla de noche en la habitación para ver si hay algún libro. Cuando visito a una persona, en su despacho, no puedo remediar el echar un vistazo rápido a las estanterías y descubrir qué tesoros literarios tiene. Soy incapaz de pasar delante de una librería sin entrar al menos cinco minutos y oler a libros, acaricias alguna portada, o anotar en mi cartera algún titulo nuevo. Al destino le agradan las simetrías. Cuando era niño mi padre, que trabajaba en el Archivo Municipal de Jerez, me enseñaba legajos y libros antiguos como si se tratara de tesoros excepcionales. Hoy soy yo el que rebusco estos tesoros en las Bibliotecas y en los archivos históricos para enriquecer mis ojos y mi espíritu. Cuando me hablan de una novedad editorial me cosquillea dentro una especie de curiosidad, ávido de examinar cuanto antes ese nuevo texto. Cada libro es un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas de la ignorancia. Los libros me hacen descubrir la vida desde otro punto de vista. Es como si de repente apreciara lo que sienten las casas viendo pasar coches, lo que entienden las farolas escuchando las conversaciones de los transeúntes, lo que huelen los árboles cuando las calles despiertan por la mañana, lo que toca el viento cuando se ponen verde los semáforos o lo que perciben las nubes de la estupidez humana. Cuando se lee un libro el tiempo se detiene delicadamente y no importa el sucesivo porque en el presente nos sentimos plenos. Con un libro he maldecido a un tirano en Lemnos, he atravesado con el hierro a un traidor por haber matado a Sancho, he sentido la gloria vencedora de una batalla cerca de la ciudad checa de Slavkov, he agonizado en la soledad de una celda después de haber ingerido cicuta, he hecho el amor desenfrenadamente a Georgette en un castillo en las montañas de Oriente, he escuchado voces desde lo antiguo que provenían de cuerpos de pájaros y cabezas de mujer, me he sentido un contrahecho entre las gárgolas de una catedral parisina y he cantado a mí mismo con los ojos de Whitman.

Mi pena y mi deseo por lo no leído es infinitamente mayor que la de Ptolomeo I. A veces he soñado recitar de memoria el Thesaurus de Quicherat, recordar todas las poesías del místico de Fontiveros, o explicar con lucidez a los que concibieron al hombre como una realidad completa inacabada, con conciencia y libertad.

Por todo ello, y por algo más, es difícil concebir mi vida sin libros.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com