Ha acertado, en mi opinión,  Duran i Lleida, calificando de «despropósito», «falta de sentido democrático» y «falta de respeto a la ciudadanía» que Mas quiera declarar la independencia con solo 68 diputados en las elecciones catalanas del 27 de septiembre.

La actitud de Artur Mas  ha ido bordando en estos años una cadena de  sinsentidos desatinados e inamisibles: el incumplimiento sistemático de las sentencias sobre la inmersión lingüística, la convocatoria del referéndum del 9-N, los desplantes contra la Corona, el Gobierno, el Constitucional y el Supremo, la conversión de los medios públicos y privados en órganos de propaganda al servicio de la secesión y la fractura social causada por el “monotema” de la política catalana. Un gobernante que  lleva la rebelión institucional hasta sus últimas consecuencias dividiendo a la sociedad de manera extrema, o no está en sus cabales, o le mueve solo el interés personal, porque es un egocéntrico y, lo de hacer política, no es vocación al bien común sino al bien propio.

Los antiguos chinos que hablaban de la política en términos morales decían que “el único problema es la bondad o la falta de ella en los gobernantes”  Confucio en el siglo VI ayudó a los chinos a entender el porqué de las leyes políticas, económicas y morales, zamarreando el estado de conformismo y formalismo típicos de esa cultura y tradición. Confucio como Sócrates puso de relieve, al centro de la problemática moral y política, dos principios fundamentales: el principio de la racionalidad, es decir, el método racional por el cual los problemas se afrontan no en base a la autoridad sino en base a la razón; lo que hoy denominaríamos el “deber ser”. El primado de la conciencia moral. El otro principio  que puso en evidencia Confucio fue la teoría del “término medio” (típico de Aristóteles), según el cual el político nunca tendría que colocarse en posiciones extremas. Dos principios que no parecen brillar demasiado en los gestos de Artur Mas en estos años. Actitudes que  envenenan las relaciones políticas y que sin duda hacen un daño extremo a Cataluña y a España, frenando progreso, bienestar y convivencia constructiva.

por @mbellido

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