“Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”. Lo decía Machado, probablemente convencido de que nada termina ocurriendo a menos que antes sea un sueño. Soñar. Quizás nada mejor en estos tiempos, para ayudarnos a salir del panorama gris de los telediarios, de la política populista, de la economía egoísta, de la vanidad del poder… Nada mejor que soñar, cuando la luz interior que tendría que iluminar nuestro corazón y nuestra mente parece obstinadamente temblar como la llama de una vela que vacila. Nada mejor que soñar para sobrevivir a esa realidad televisiva de encefalograma plano. Nada mejor que soñar para conseguir lo que deseamos. Es precisamente la posibilidad de realizar un sueño aquello que hace que la vida sea interesante y no nos quedemos en el camino.
Para soñar es indispensable apagar por un momento el rumor que hay nuestro alrededor y permanecer en silencio. Nuestros días están llenos de rumores y a veces somos incapaces de cerrarle la puerta a ese ruido constante provocado por los medios de comunicación, por la política, por la publicidad o por el consumismo y evitar esa perturbación anómala que se produce en nuestro interior y que impide que nos veamos y nos escuchemos con claridad a nosotros mismos; que reflexionemos y que soñemos.
Jung decía que el culto al rumor está relacionado con el miedo a un “lleno” insoportable. El rumor de hecho ayudaría a reprimir, a sofocar – aunque no a eliminar- algo que llevamos dentro, y que si lo dejásemos salir nos obligaría a pensar, a reflexionar, y por lo tanto a enfrentarnos a lo que somos y a los que deseamos sin poder escondernos.