Pluto, Dumbo, Minnie y Mickey, Daisy y el Pato Donald. Goofy, Bambi, la Sirenita, la bella y la bestia, Pocahontas, Pinocho, Tod y Toby, Baloo y Mougli, Meggara, Nala, el rey león, Gruñón y Blancanieves, Esmeralda y el jorobado de Notre Dame, Pinocho y Gepetto, los Aristogatos, Mulan, Wendy y Peter Pan… y toda una lista interminable de personajes mágicos han aparecido esta noche en mi sueño. El sueño era fantástico pero no se trataba como en mis sueños infantiles de ir a la luna, ni de darle la vuelta al mundo, ni de viajar al centro de la tierra, ni de viajar al océano para ver las maravillas de las profundidades. Tampoco tenia que ver con luchar en ninguna guerra santa, ni formar parte del valiente equipo de los caballeros de la tabla redonda. El escenario del sueño era sencillamente la fiesta en un palacio, un lugar lleno de sorpresas, de belleza y de estímulos donde se bailaba swing y, todo, incluidas las estrellas y las luces multicolores de los candelabros, eran mágicas. Una luna inmensa reinaba en el cielo, tan grande y materna que me apetecía repetir con Bécquer: “En el majestuoso conjunto de la creación, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espíritu y dé vuelo desusado a mi fantasía como la luz apacible y desmayada de la luna”.
Los peligros, los piratas y los reptiles se quedaban fuera de ese maravilloso lugar. Yo había llegado allí como los héroes de los cómics que después de muchas fatigas, persecuciones, y peligros alcanzan con su genio e ingenio un refugio seguro contra las amenazas y las inclemencias persiguiendo a un unicornio. Antes de llegar a las escalinatas que subían al palacio, un personaje, que por su parecido me pareció Arturo Graf, se acercó a mi oído y me susurró: “¡Pobre del amor a quien la fantasía abandona!» Los sueños, es sabido, tienen una lógica esquiva; una lógica que parece, a momentos, imposible de narrar. Frente al riesgo de violentar este sueño con la ficción he preferido no narrarlo en su totalidad. A mí que casi todo me gusta crudo, fácil y simple, para no mentirme, me ha sorprendido el sueño y su desenlace donde una presencia hermosa e intuida me esperaba en aquel palacio donde nunca se ponía el sol, un encuentro precedido de silencios, miradas y desconcertantes señales casi sobrenaturales. Fuera rugía la tempestad y asechaban los lobos y otros mil peligros. Entregué a quien me acogía una pequeña ampolla de vidrio llena de oro y a cambio en mi mano depositaron una joya secreta de tierna blancura casta. Un instante perfecto. Resuelto en una luz sin precedentes, donde el lenguaje y las cacofonías de lo cotidiano, con todos sus terribles cortejos consumistas, se diluyeron. De ahí que el sueño que empezó en un bosque oscuro, que continuó en una escalinatas y más tarde en unos salones de baile de un palacio de espacios interiores y cerrados, se abrieran por terrazas y jardines hasta alcanzar una luminosa conclusión en un rosetón o vidriera natural de luz multicolor. Un sol nació donde caminé y el mismo sol murió donde fui a descansar. Dicen que los sueños son a veces el éxtasis del estado del alma. Hoy el pasado es ya historia, el presente correrá día a día y el futuro será fantasía. Decía Johann Christoph Friedrich Von Schiller que “sólo la fantasía permanece siempre joven; lo que no ha ocurrido jamás no envejece nunca”. Creo que una sola fantasía basta para cambiar un millón de realidades.

por @mbellido

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