Al principio fui espejo, para que pudieras acariciar tu sombra en la lejanía, aunque tú, furtiva como un gato, huías a menudo para esconder el corazón en el sótano de tus secretos. Sin embargo los reflejos de tus mejillas sonrojadas, como el pan recién hecho, se clavaban en mis ojos descubriendo los sueños aterciopelados de tus días y los dolores antiguos, que a veces vuelven como sabores ásperos de naranjas amargas. Con el tiempo me fuiste dando pequeños granos de café que yo tragaba enteros sin moler ni mezclar. Olí el heno recién cortado de tu adolescencia y me mostraste los tatuajes descoloridos de tu juventud. Navegué tu mar, tu cielo y tu corazón. Hubo tardes lentas como jazz y ruidosas de sirenas de ambulancias y tú seguías llenando mi copa de ese vino joven y añejo que yo dejaba descansar en el paladar para componer con aquellas notas la sinfonía de una vida jamás contada. Ahora que no confundes popa y proa, ahora que has robado el mapa del tesoro y sabes en que isla naufragar, repites una y otra vez que mis palabras son las tuyas, que doy forma a la escultura de tus sueños, que pongo música a la poesía que fluye en tus entrañas. Me has dicho que soy tus palabras para decirlo.