El día a día de los seres humanos nunca es aburrido, ni siquiera rutinario, las circunstancias hacen que los momentos, las horas y los días sean diversos unos de otros, revelándose dulces o brutales, livianos o cargados, frágiles o fuertes.
En gran medida y, en teoría, nuestras horas siempre deberían reflejar las convicciones de llevar a la práctica lo que se siente y se cree, pero sin duda, acontecimientos, circunstancias y encuentros ponen a la prueba nuestro temperamento, nuestras reacciones y nuestras intenciones.
Los seres humanos no siempre se conocen profundamente y ese mismo desconocimiento de la propia identidad sorprende cuando se actúa de un modo distinto al que se hubiera deseado. Hace un momento he asistido a una discusión entre dos personas al volante. Disputa, bronca y altercado, esa era la escena. Quizás ninguno de los dos había premeditado, saliendo de su casa que habría terminado casi a puñetazos con otro automovilista.
La convicción intelectual de valores es lo que da estabilidad a nuestra alma y causa ese asiento y esa armonía psíquica, ese equilibrio llamado paz que nos hace ser en cualquier situación sin alterarnos, lo que creemos. Para ser capaz de contenerse en este mundo y en cualquier circunstancia por estresante o crítica que sea es necesario tener lo que llaman principios. Esos que se forjan cada día como una función/convicción intelectual, que se trabaja en uno mismo con constancia y perseverancia. Que nacen en la formación familiar y en los entornos donde nos ha tocado crecer y que, una vez adultos, nos toca fortalecer con voluntad para no resbalar hacia el lado de la estupidez. La escena de los dos automovilistas abroncándose, con todos mis respetos, me dio la imagen de estupidez y de falta de principios.

por @mbellido

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