Una mujer observaba desde la ventana de su casa a un hombre que esperaba el autobús en la parada. El hombre observaba a una chica joven que también esperaba en la parada la llegada del autobús. Me pregunté en ese instante que línea de división existía entre observadores y observados. O mejor dicho, ¿qué espacio se había creado entre los sujetos de esa observación?
La señora desde la ventana miraba con atención y recato. El hombre que miraba a la chica en la parada lo hacía descaradamente. La mujer miraba atentamente, casi como se observa una pintura, y, al mismo tiempo, razonaba algo o abría la puerta de su memoria para dejar que se le colará algún recuerdo. El hombre miraba intensamente y probablemente soñaba. Eso era todo lo que yo podía imaginar mientras observaba la escena.
El poeta y dramaturgo alemán Hebbel se asomó a mi memoria mientras yo también observaba la escena. Recordé vagamente que había escrito algo así: “gran parte de las experiencias que he hecho sobre mí mismo las hice observando las particularidades de los demás” También concluí que los sabios siempre han sostenido que tiene mejor conocimiento del mundo, no el que más ha vivido, sino el que más ha observado.
En física cuántica, es decir, en la esencia profunda de la Relatividad de Einstein, los científicos saben muy bien que la mera presencia de un observador interfiere enormemente en lo observado.
Me preguntaba qué efectos positivos o negativos estaban provocando en los observados los observadores. ¿Qué tipo de energía se estaba trasladando de unos a otros?
Por un momento tuve la percepción de adentrarme en un mecanismo perverso y deje de observar.