No nos dejes caer en la tentación.

Decía William James, filósofo estadounidense, brillante investigador y profesor de psicología en Harvard que “muchas personas creen estar reflexionando, cuando en realidad lo que hacen simplemente es reordenar sus prejuicios”. Esa opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable acerca de algo que se conoce mal, es una actitud típica que suele tener nefastas consecuencias tanto para quien la practica como para su entorno. Cuando los prejuicios llevan a ciertas personas a actuar de un modo determinado respecto al individuo prejuzgado, queriendo imponer su idea, el resultado es la discriminación. Suelen actuar así personas cerradas, que están convencidas que solo sus ideas son las correctas y acertadas. Solo ellos están en la legalidad y en la posesión de la verdad. Es como si permanecieran encerradas en celdas mentales, sin entender que podría haber opciones distintas o caminos diferentes.
También incurren en prejuicios aquellos que tienden a simplificar de manera banal, solo distinguiendo entre blanco y negro… Esto es así, aquello es asá y no hay nada más que hablar. La tendencia de ciertas personas es la de intentar imponer puntos de vista más que de convencer. El pensamiento de Confucio al respecto no tiene desperdicio: “El tipo más noble de hombre tiene una mente amplia y sin prejuicios. El hombre inferior prejuzga y carece de una mente amplia”. También Diderot y Einstein hablaron de los prejuicios: “La ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio”. “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. De Frente a ellos, provengan de donde provengan, siento tristeza. Yo que, como el salmón, me he acostumbrado en la vida a remontar los ríos de mis convicciones, a ponerlas siempre en discusión y a no dejarme llevar simplemente por la corriente de lo políticamente correcto. Si bien siempre tendré que seguir repitiendo: “No nos dejes caer en la tentación”.
El privilegio de una mente abierta no se obtiene sin esfuerzo.