Un noticia, un dolor, un encuentro, una conversación pueden ser momentos creativos ideales para un escritor. A mí me pasa y trato siempre de sacar provecho de todo ello. Después, la capacidad expresiva, la libertad espiritual y la intelectual ayudan al resto. No siempre se acierta, no siempre se queda uno satisfecho de lo que escribe, no siempre el amable lector tiene la paciencia de llegar hasta el final del artículo o no siempre todo el mundo está de acuerdo. Lo importante es tener algo interesante que decir, algo que construya, que relaje, que despierte conciencias, que divierta, que informe o que instruya. Escribir es vivir y en la vida, ya se sabe, no importa las veces que tropiezas, lo que importa es la velocidad con la que te pones de pie y la enseñanza que sacas de los traspiés. Lo mismo que cuando salimos de una crisis sentimental o económica, que superamos la pérdida de un ser querido, o que resurgimos de un fracaso. Sucede cuando escribes un artículo: no siempre el éxito es estrepitoso. Mi editorial en la revista Agenda de la edición anterior no ha gustado a algunos y así me lo han hecho saber, pero yo vivo convencido que el ejercicio del periodismo induce a interrogar, a poner en tela de juicio, a discrepar y esto, a veces, no se comprende del todo. Alguien me ha llamado “enredador” que, en definitiva, es un sinónimo de díscolo. Llego una y otra vez a la conclusión de que todo poder tiende a aniquilar, controlar, desactivar o anexionar a los díscolos. Lo extraño de todo esto es que quien me llamaba para reprenderme, al final siempre terminaba dándome la razón. Y yo no podía no agradecer por la atención que me habían prestado leyéndome, por haberme permitido argumentar mis palabras y sobre todo por haberme dado la posibilidad de mantener un diálogo sereno. En los tiempos que corren es difícil encontrar estos momentos de plática serena. He tratado de transmitir a mis interlocutores mi convicción de que uno de los secretos para que una nación prospere es que estemos dispuestos a ponernos en discusión y reinventarnos desde cero, de darnos siempre una nueva “chance”, de volver con ilusión a las urnas y elegir en democracia el gobierno que creamos más adecuado para que mantenga un buen rumbo hacia el progreso, evitando que nadie se perpetúe en el poder y que se crea indispensable.
Comprendo y acepto las críticas que a veces me llegan, incluso las que no tienen fundamento y que se hacen solo en nombre de una militancia y de un “argumentarlo”. No juzgo intenciones y aunque no comparta esa actitud no puedo condenar a quien traiciona sus convicciones para sobrevivir. Pero mi deber es escribir, informar, opinar para luchar contra el desconocimiento simplista y la incapacidad banal de reconocer que España necesita un cambio. Ni la mediocridad ni la perversión intelectual. Lo que persigo es el equilibrio en lo justo y no es poco intentarlo. Simon Bolívar decía que “más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía”. El periodismo tendría que ser siempre un espacio equilibrado y habitable, cálido y amplio, para dar lugar al movimiento de opiniones, de ideas, de información veraz, para dar voz a los inquietos, a los libres, a los soñadores, a los utópicos, a los prácticos, a los necesitados y a los contradictorios. Lo importante es evitar la humedad de las ideas muertas, tan proclive a crear hongos.
Se imputan a Johann Wolfgang Goethe unas palabras pronunciadas al parecer en los momentos finales de su vida: «Light, more light!”, ¡Luz, más luz!». Eso necesita España.

por @mbellido

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