“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Es el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que el 10 de diciembre de 1948 aprobó y proclamó la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sobre el papel, dicha declaración queda estupenda. En la realidad, y es parecer generalizado, nada tiene que ver con lo que se vive en muchos países. Son numerosos los lugares en el mundo donde la negación o la violación de los derechos humanos en general, y de libertad religiosa en particular, están a la orden del día. La lista de países es larga pero bastará nombrar algunos para entender la gravedad del asunto: Irán, Irak, India, Pakistán, Indonesia, Corea del norte, Sudan, Eritrea, son todos ellos ejemplos más que elocuentes. En ellos se llevan a cabo imposiciones, coacciones, violaciones y persecuciones de creyentes de cualquier religión, fe o creencia. En un reciente estudio que ha llegado a mis manos aparecen más de 70 Estados donde es institucional el ataque a la libertad religiosa por parte de sus gobiernos resulta llamativo que estos ataques a la integridad humana se produzcan también en países que hoy son claves para el equilibrio mundial. Me refiero concretamente a India o China. En India la violencia anti-cristiana está al orden del día y en China persiste un férreo control sobre la libertad religiosa que a veces roza la crueldad. Lo curioso es que las restricciones, las ofensas o las limitaciones a la libertad religiosa tienen cada vez menos origen ideológico, los motivos terminan siempre siendo de poder. El tentativo de cualquier gobierno de bloquear la libertad de pensar y sentir, imponiendo sus criterios en todos los campos, tiene como objetivo empobrecer espiritualmente y culturalmente a las personas, poniendo a la población en una situación de sumisión mental. Las TV amigas de los gobiernos son evidentemente cómplices y forman parte del aparato del Sistema, para enviar mensajes a la ciudadanía pasiva, que delante de la caja tonta va asumiendo la cultura impuesta desde el poder.
Alguien, hablándome del aborto, me decía hoy que había que asumirlo porque era un hecho que formaba ya parte de nuestra cultura, de la cultura de nuestro tiempo. Me ha hecho reflexionar. ¿Cuál es la cultura de nuestro tiempo? ¿Es esa que en sí lleva la marca de la ideología dominante, de aquella que emana del poder actual?
La ideología pretende siempre atraer y encerrar a las personas en la burbuja del cerebro gobernante y bloquear el libre pensamiento. Cualquier ideología, sea del color que sea, condiciona el modo de ver el mundo, de mirar a las personas, de vivir las relaciones o de entender la muerte. Por tanto, la ideología se convierte en una filosofía de vida, lo que nos hace percibir de una manera u otra el mundo en que vivimos. Es un filtro, el filtro a través del cual miramos el entorno y nos impulsa a realizar una acción u otra.
Hoy, mucha gente prefiere pensar que entre él y el universo no haya nada de espiritual y que cada uno es una cosa destinada a consumarse junto a muchas otras en una infinita mezcla cósmica material. La evidencia material supera y sustituye todas las demás evidencias. La sensación que se tiene al mirar el pesimismo de algunos sujetos materialistas es que prefieren la amarga negación al presentimiento de la dicha. La esperada felicidad de la vida eterna se convierte en ideológicamente inalcanzable. Etiquetar la mente o el corazón es encarcelar la esperanza. “No tendría que ser necesario renegar de Dios para poder disfrutar de los propios derechos”. Lo decía Benedicto XVI ante la Asamblea general de la Naciones Unidas el 18 de abril de 2008.
Manuel Bellido

por @mbellido

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