La soledad tiene más de una cara. Cerca de la redacción vive una anciana que siempre que puede se detiene a mi paso para intercambiar unas palabras, para encontrar un momento de charla, de compañía. Ayer me dijo que sus hijos viven en Barcelona y que nunca vienen a visitarla. La cara de esa soledad es dolorosa, pero en otros casos la soledad es deseada y buscada. Maldecida por unos y bendecida por otros, es para unos un bien y para otros una enfermedad. Lo cierto es que existe un hilo que une soledad y relación porque cada individuo es una soledad hecha para encontrar otras soledades. Pensándolo así, se revela positiva, esa soledad que renuncia en determinados momentos a su aislamiento para proyectarse a otros seres y compartir emociones. También es positiva la soledad que respeta momentos de soledad en el otro, dentro de una relación. En la sociedad actual son muchos los que la temen y huyen de ella, desesperadamente, las 24 horas del día, aunque sea a costa de aturdirse en el tumulto de una discoteca o en el bullicio de un centro comercial sin ni siquiera reservarse un momento a lo largo del día de silencio reparador y reflexivo.
Siempre he pensado que en lo más profundo del ser humano vive una necesidad de unidad, de relación con otros seres humanos, de intercambio, de diálogo, de enriquecimiento reciproco.
Resulta evidente la reacción del adolescente que ha estado replegado sobre sí mismo en su habitación durante horas y apenas sale a la calle con sus amigos se siente el dueño del mundo. Y es curioso comprobar en cada una de las fases evolutivas del hombre el significado distinto del estar solos, de niño, de adolescente, de joven enamorado, de adulto o en la tercera edad. En las primeras etapas de la vida, por ejemplo, los momentos de soledad forman parte de los recursos que la naturaleza aporta al desarrollo.
Estar rodeados de personas no es siempre sinónimo de relaciones. Cuántas personas viven rodeadas de familiares, compañeros o conocidos y sin embargo en su interior reina soberano el fantasma de la soledad más cruel.
Como todo en la vida, la búsqueda del equilibrio es el hábito mejor. La vida es una secuencia de momentos de soledad y momentos en compañía. Todos son buenos si al final nos sirven para encontrarnos a nosotros mismos, alimentar nuestro ser y volver a construir la realidad común.

Manuel Bellido

por @mbellido

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