Cada vez que me acerco a Madrid saco un rato para acudir al Real Jardín Botánico, cerca del Museo del Prado. Visitarlo es una delicia y siempre descubro algo nuevo. Me da igual disfrutar de una entrada por salida o bien pasar unas horas entre las maravillosas colecciones de plantas que en allí crecen. Aquel jardín me proporciona lecciones de vida. Hace algunos días, deambulando entre su amable vegetación, me topé con un grupo de plantas con espinas, ordenadas de manera natural, conservando una respetuosa distancia entres ellas, a veces casi tocándose, pero nunca sobrepuestas. MI ingenua reflexión me llevaba a pensar que ninguna de estas plantas arrancaba sus raíces para dejar su sitio y cambiar de ubicación, o ir a ver que hacía otra más allá. Cada árbol, incluso esos con las ramas puntiagudas, seguía creciendo según su trazado vertical, sin que otro a su lado pudiera llegar a molestarle en su desarrollo. Todas las ramas se adaptaban armoniosamente a la posición de la de los otros árboles y todas recibían adecuadamente la luz necesaria para crecer. Ninguna planta, ningún árbol estorbaba a su vecino, cada uno exponía su belleza o su majestuosidad. Envidia o celos no tienen cabida en el mundo vegetal. Desgraciadamente, en la sociedad los seres humanos expresan y viven otro tipo de comportamiento que generan pugna y conflictos de convivencia. Prejuicios políticos, raciales, sexuales empujan a ver el mal incluso donde no lo hay y llevan a condenar presuntas intenciones antes incluso de tener en cuenta las acciones. Cómo decía Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
Otro vicio que también entorpece la convivencia humana es la envidia.
El ser humano es capaz de producir sentimientos enfermizos al ver a otro gozar de lo que desea y sentir celos inmensos, por ver a otro poseer lo que quisiera poseer el mismo.
Arthur Schopenhauer decía que la envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren.
Nadie está a salvo de contagiarse alguna vez de estos virus, ni librarse de ser alguna vez el objeto de estos primitivos ataques por parte de otras personas. Tampoco habremos podido evitar, en alguna ocasión, reaccionar con enojo contra esas conductas. Y aunque la benevolencia, como decía Machado, no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien, vale la pena ejercitarla siempre y alejar así la tentación de responder con la misma medida a quien nos ataca por envidia.
Es sabio aprender de la naturaleza y ver siempre más allá de las espinas amenazantes el límite del ser humano. Reaccionar mal es igualarnos a la bajeza de quien, por celos, nos ataca; perdonando, nos mostramos superior a él. En fin, “hakuna matata”, esa expresión del idioma swahili que se traduce como «no te angusties”. «Vive y deja vivir”
Manuel Bellido

por @mbellido

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