Lampedusa está en el Mediterráneo y es la más grande de las islas del archipiélago de las Pelagias. Internacionalmente se conoce como uno de los principales puntos de entrada para los inmigrantes indocumentados que tratan de entrar en la Unión Europea desde África, Medio Oriente y también desde Asia. Papa Francisco ha estado recientemente allí apelando a despertar de la indiferencia, tocando así uno de los temas más acuciantes de nuestra época: el problema del hambre. El gesto del Papa, lanzando una corona de flores en aquellas aguas, nos recordaba la gran cantidad de seres humanos que sucumbieron en sus aguas, prefiriendo el peligro de morir ahogados al peligro de morir de hambre.
Llamémosla malnutrición, hambruna o desnutrición, el caso es que hay muchísima gente que muere en el Planeta mientras que otra parte mira hacia otro lado, la mayor parte de las veces entreteniéndose en sandeces, en juegos de poder o en lo que en estos tiempos llena de titulares la prensa sobre la corruptĭo, corruptiōnis.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima en un informe que acabo de leer que en 2012 el hambre crónica afectó a 1.040 millones de personas en el mundo. La situación no mejora, al contrario se agrava. Probablemente a Lampedusa, seguirán llegando barcas que en lugar de abrir surcos de esperanza traerán a bordo cargamento de muerte. Nos enteraremos por una breve noticia en el telediario que no competirá en tiempos con el juicio a Bretón, el caso Bárcenas o el escandaloso caso de los ERES en Andalucía. Los hechos no dejan de existir porque se les ignore, el hambre sigue matando miles de personas en el mundo. No caigamos en la indiferencia. Me vienen al recuerdo unas palabras de Shakespeare a propósito de indiferencia: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia….”