La viñeta que os propongo en este post, es una triste realidad a la que asistimos a menudo. Suelen practicar estas acciones gente que sin escrúpulos ofende y cuando se le quiere parar o se les descubre opta por un victimismo mezquino e incluso agresivo. El victimista, ya se sabe, hace que todas sus reacciones se vuelvan materia de pleito. El victimista es un ser que se contempla con blanda indulgencia, escapa de su responsabilidad, justifica todo lo que hace y encima representa ante los demás el papel de maltratado.
¿Verdad que no es difícil imaginar que personajes de la vida pública lo vienen practicando con esmero? Desde hace años un sector de la política catalana muestra a menudo esta cara y en muchas ocasiones incluso les funciona desde el punto de vista electoral.
Artur Mas ha montado un lio monumental en España produciendo daños copiosos en todo el país. Ahora lejos de rectificar, sigue practicando el victimismo, como si fueran otros los que hubieran provocado la situación.
La actitud del victimista induce a un morboso afán por manifestar agravios nimios, por sentirse maltratado, por achacar a otros todo lo malo que sucede o puede suceder. ¿Inmadurez? Pues sí.
Hay dos maneras de tratar un fracaso político, profesional o afectivo. Una es asumir la propia culpa y sacar conclusiones para enderezar el entuerto y la otra es empeñarse en culpar a otros y buscar denodadamente responsables de lo acontecido.
Situaciones como las que describo, no se dan solamente en política. Están a la orden del día también en la familia y en la empresa. Lo malo del victimista es que cuando alguien está convencido que nunca es culpable de nada entra en una tortuosa espiral de difícil salida.
Reconocer errores predispone a crecer. No reconocerlos y hacerse la víctima, anula la capacidad de superación y atrae antes o después el desprecio de quien te rodea.