Fue Juan Manuel Espinosa, salesiano y profesor de Lengua y literatura, quien creo en mí la conciencia de que educarse con las bibliotecas es la única garantía de un desarrollo cultural.

Me enamoró de la lectura y, sobre todo, de las buenas lecturas. Ya de niño acudía a menudo, por consejo suyo,  a la Biblioteca municipal de Jerez; un lugar que como todas las bibliotecas del mundo, está encargado de registrar, preservar y difundir la memoria impresa de la cultura.

Estos centros, que proporcionan el acceso gratuito a los libros a todos los ciudadanos de cualquier condición económica, son una especie de santuario que acogen a peregrinos intelectuales en busca de preguntas y respuestas.  Aquella Biblioteca municipal, que en esos años estaba ubicada en el edificio del Cabildo Viejo de la Plaza de la Asunción de Jerez, es uno de los conjuntos arquitectónicos y artísticos más destacados de España donde se unen tres estilos: el renacentista, el mudéjar y el neoclásico, emanaba de su interior un perfume  inconfundible que solo el papel impreso puede transmitir.

Hoy, dicen, que todo se encuentra en Internet. No lo dudo. Sin embargo, es distinto el modo de encontrarlo. Coger un libro entre las manos es una experiencia única y sagrada que nada tiene que ver con el ejercicio de teclear en google una frase o una palabra, para obtener respuestas adecuadas.  El valor de los libros y de las bibliotecas es el de ir a las fuentes. Qué diferencia consultar un legajo o un pergamino original, que ver su imagen en la pantalla del ordenador.

Ciertas obras, y esto lo aprendí con mi padre en el Archivo Histórico de Jerez,  no tienen sólo valor bibliográfico. De él también aprendí el significado de la bibliofilia, esa que es  propia de los frecuentadores de bibliotecas, la pasión que representa el amor por los libros; un bibliófilo es el amante empedernido de las ediciones originales.

En una buena biblioteca el investigador no se siente nunca frustrado porque, como los exploradores, siempre encuentra algo interesante que no sabía a priori que habría encontrado.

Lo inesperado acecha siempre en alguna estantería de las bibliotecas.

por @mbellido

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