Dar ejemplo proporciona la trasmisión de algo que puede generar en otros la intención de imitar. El respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás se enseña mejor con el ejemplo que con las palabras. Esta mañana he visto como una señora, que llevaba un niño de la mano, tiraba al suelo el envoltorio de un dulce. Me parece que no es posible ayudar al desarrollo de una conciencia cívica en los niños, si los adultos son los primeros en ensuciar la calle con toda despreocupación. Tampoco es un buen ejemplo, cuando los padres al volante, se irritan con otros conductores, lanzando todo tipo de insultos llevando a los hijos en el asiento de detrás. Ser padres, no permite “irse de vacaciones”. Con los hijos siempre hay que estar vigilantes porque siempre observan nuestros gestos y escuchan nuestras palabras. Observo que algunos padres a menudo repiten el “No hagas lo que yo hago, sino lo que yo te digo”. El objetivo de la educación familiar no es recitar constantemente decálogos de buenas y razonables reglas, sino ser coherente con los valores que se pretenden transmitir. Los niños, incluso lo de corta edad, observan e imitan, no se les escapa nada. La coherencia hace que lo que decimos y lo que hacemos tenga el mismo valor. No tendrán valor nuestros consejos si no van acompañados del buen ejemplo. Tampoco se puede exigir a los demás lo que nosotros no somos capaces de hacer.