Vivimos en una sociedad invadida por las imágenes.  Las nuevas tecnologías han hecho que las herramientas tecnológicas desde el teléfono al ordenador, multipliquen su uso y, en muchos casos, de manera “exclusiva”.   Últimamente he tenido varias conversaciones con educadores sobre la incorporación de las nuevas tecnologías en los Colegios y sobre el peligro de reproducir en este ámbito  los vicios que derivan de su mal uso,  sobre todo si tenemos en cuenta la necesidad de desarrollar en los jóvenes,  en el periodo de escolarización,  la capacidad de pensamiento analítico y  crítico. Y esto no se puede aprender  y construir solo a través de las imágenes.   A menudo me he preguntado y he preguntado si esta  invasión excesiva  de la  imagen en estos medios  y en los nuevos métodos de enseñanza puede disminuir  la efectividad de los mecanismos cognoscitivos predominantes con los que el ser humano se ha  apropiado tradicionalmente del saber y del conocimiento.  Es cada vez más habitual ver como se sustituye un texto por una imagen,  a veces pretendiendo suscitar un pensamiento y una reflexión con  un icono.

La televisión inauguró la era de la imagen y este modo de transmitir pensamientos ha ido en aumento contagiando también a todos los artilugio tecnológico que se han ido inventando. Me pregunto si todo pensamiento es traducible con una imagen o seguiremos necesitando el heroico acto de quemarse pestañas ante un texto, en papel o en soporte digital, para entender su significado.  ¿Es posible aprender a reflexionar y argumentar, incorporando particularidades retóricas, estilísticas y estructurales, con la sola visión de un documental? ¿Se desarrolla del mismo modo nuestra capacidad de comprensión y abstracción con la lectura de un texto crítico sobre un cuadro que con la visión del mismo?

En la misma TV, y cada vez con mayor frecuencia,  los editores de los telediarios nos proponen la comprensión de un hecho a través de una selección de imágenes, obtenidas con grabaciones de parciales,   acompañadas de algún comentario más o menos intencionado. En los últimos meses, por ejemplo, hemos visto noticias sobre protestas de profesionales de la sanidad sobre la privatización de la gestión de los hospitales en Madrid. La cámara filmaba un grupo vociferante exhibiendo una pancarta y el locutor nos hablaba de una  gran “marea blanca” La obligada consecuencia era pensar que todos los profesionales de la sanidad y toda la población madrileña se había echado a la calle para protestar contra el gobierno de la Comunidad de Madrid.  ¿Cuántos espectadores se habrán planteado si  la pantalla  nos mostraba toda la realidad o si daba visibilidad  a un grupo más o menos determinado que pretendía asumirse la representación y el  sentir de toda una sociedad?

La forma suele condicionar la construcción del fondo. Y viceversa. Desgraciadamente ciertos programas informativos nos atropellan en una suerte de zapping que nos hace creer  que vemos  todo pero, en realidad,  terminamos  viendo solo lo que sus editores quieren que veamos.

El peligro que se corre en esta era de la imagen es el de pretender transmitir saberes e información  por dispositivos electrónicos solo a través de imágenes, acompañadas de livianos géneros discursivos que propician superficialidad, porque  requieren poca concentración y  exigen cada vez menos capacidad y competencia.

La escuela y los medios de comunicación no tendrían que dejar de introducir a la sociedad en el gusto por la cultura escrita y académica,  cuyos géneros favorecen la abstracción, la concentración, la crítica, el alejamiento de lo efímero y, en definitiva,  nos permiten encontrarnos a gusto en el espacio de la reflexión y de la conciencia.

Manuel Bellido

bellido@agendaempresa.com

 

 

por @mbellido

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