Pasear por la ciudad cuando el tiempo no lo impide, sobre todo en verano por este calor sofocante que cansa y debilita, no es solo un placer por la arquitectura monumental que conservamos, es también la posibilidad de observar a fondo la vida en las calles y comprobar la salud actual de esta sociedad. Camino a menudo tratando de recuperar memoria de una ciudad que fue protagonista indiscutible de momentos históricos de Occidente y, desgraciadamente, compruebo que hoy Sevilla ya no lo es. A veces tengo la suerte, mientras contemplo esa Sevilla magnifica que fue, de vivir al mismo tiempo historias mínimas construidas con la solidaridad y la generosidad de muchos sevillanos que le inyectan así algo de vida. Me encontré con Juan en la puerta de la panadería donde suelo comprar el pan los domingos. Estaba guardando dentro del contenedor de basura, bolsas y botellas que la gente había ido dejando en el suelo. Le ayudé. Le pregunté su nombre y nos saludamos. Aquel gesto había contribuido a mantener limpia la ciudad.
El paseo junto al río está muy sucio, lleno de pintadas y graffitis horrorosos, de pavimentos rotos, de mobiliario urbano destrozado, de acampadas de extracomunitarios, personas de otros países que llevan retratado en su rostro el sufrimiento, que deambulan de un lugar a otro buscando la caridad algunos y, otros, las ocasiones de apropiarse de lo ajeno para sobrevivir. Pero el entorno de donde acampan son verdaderos basureros. Son inmigrantes en busca de un milagro económico que aquí ya es solo un espejismo, personas sin techo, sin recursos y sin familia, que pasan desapercibida para los que gobiernan, porque su demagogia o sus preocupaciones de partido no les permiten aplicar soluciones. Se les llena la boca llamando medidas «racistas» a las que está aplicando Francia y que están provocando la expulsión a Rumania y Bulgaria de personas de etnia gitana cuyos campamentos ilegales están siendo desmantelados. Aquí se prefiere mirar para otro lado. Sólo reaccionarían, cuando a alguien de sus familiares cercanos le toque sufrir un robo, un atentado o una violación. No soy un trabajador social, ni un sociólogo, solo un observador, pero opino que si la situación sigue así, sin tomar medidas, terminaremos lamentándolo.
Sevilla necesita un nuevo renacimiento. En todos los sentidos. Un renacimiento con mayúsculas. El deterioro avanza y quien intente ponerle freno necesitará ser un espirito noble y servicial hacia la ciudadanía, con una visión clara del pasado para poder mirar hacia el futuro.
Juan, recogiendo bolsas fuera de los contenedores de basura, quizás no formará parte de la gran historia escrita de esta ciudad, pero con su gesto ha realizado una suerte de homenaje silencioso a Sevilla.
No estaría de más tomar ejemplo.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

Los comentarios están cerrados.