No se, si os pasado alguna vez, me refiero a probar esa sensación de estar hablando con alguien y ver que algunas palabras que pronunciamos se pierden en el aire antes de llegan a nuestro interlocutor. A mi me ha pasado esta mañana. Era durante una conversación con un político y, aparte de soportar una mirada casi ausente, huidiza y ansiosa, tenía la impresión de que muchas de mis palabras eran como pompas de jabón que saliendo de mi boca, se elevaban flotando en la atmósfera. Cuando me alejé de esa persona, después de haberlo saludado cortésmente, pensé por un instante que esa esfera aparente azul y diáfana que rodea la Tierra está llena de palabras y pensamientos que se han elevado durante siglos desde las gargantas de los humanos hacia el cielo. El éter, ese fluido sutil, invisible, imponderable y elástico que, según cierta hipótesis obsoleta, llena todo el espacio, y por su movimiento vibratorio transmite la luz, el calor y otras formas de energía, contendrá palabras a seca, buenas palabras, medias palabras, palabras claves, palabras de honor, palabras de vida, palabras gruesas, ociosas, pesadas, picantes, preñadas, cruzadas, consentidas, retiradas, de buena crianza, de matrimonio, de compromiso, de ley, libres y esclavas, palabras inocentes y palabras mayores, santas palabras, últimas palabras, y alguna que otra palabra de Dios.
Imagino todas esas palabras como globos de colores que flotan sin rumbo, porque no llegaron nunca a destino.
Me gustaría recoger algunas y hacer una especie de ramo, sobre todo me quedaría con las palabras verdaderas, esas que apuntillan la vida a su significado, esas que saben nombrar el alma de las cosas. Observa, si quieres, se ven incluso de noche, veras que arriba en el cielo, ondean millones de esas palabras, coge algunas hazlas tuyas. A todos nos sirven, como a Marie Cardinal, “les mots pour le dire”.