El placer de una mirada

El acto de mirar es un evento creativo. Al mirar se contempla, se juzga, se observa, se piensa y se sopesa, se aprecia o se desecha. Fijar la vista en un objeto o en una persona es recrear su esencia. Cuando se mira se toma conciencia de lo mirado, se traduce y se enuncia. Hay quien mira mal o por encima del hombro, superficialmente o distraídamente, pero esas miradas pierden la capacidad de profundizar y enunciar la naturaleza, el significado y el contenido de lo que se mira. Cuando se mira una obra de arte se descubre el equilibrio, la forma, el espacio, la luz, el color… y mucho más.
Siempre que acudo al Museo del Louvre miro hasta cansar mis ojos el cuadro de »La belle ferronière», pintado por Leonardo da Vinci. Un óleo sobre tabla que mide 63 centímetros de alto y 45 de ancho. He encontrado una notas de mi último viaje a Paris, donde anotaba las emociones que probé esos instantes que estuve mirando el cuadro. De lo que leo en ellas, Intentaba explicar y definir la verdad, la belleza y la bondad que encerraba la obra del gran maestro.
Desde la antigüedad filósofos, teólogos y artistas han intentado describir y clasificar esas tres virtudes que antes citaba y que definen la civilización.
En esta época el progreso tecnológico y de actitudes materialistas y llenas de antipático escepticismo sobre la naturaleza humana la sociedad se resiente de una falta de visión espiritual de las cosas. Todos los seres humanos tenemos la capacidad de “mirar” y todos tenemos la capacidad de distinguir entre lo que es verdadero y falso, bueno o malo, entre lo que es Arte y lo que no. En mis notas, escribía que aquel momento de contemplación dejaban a un lado tecnicismo, moralismo y complejidades. La mirada se dejo llevar y se deslizaba por la belleza de aquel rostro, por la verdad que encerraba su mirada y la bondad del pincel que la había plasmado. Claridad, sabiduría y placer en una mirada.