Todos tenemos a alguien que se nos ha ido. Todos hemos experimentados ese “morir un poco” por ese alguien que formó parte de nuestras vidas y ahora ya no está. Cuando un ser querido nos deja, nos resulta dificilísimo desterrar el sufrimiento. No se puede confinar fuera de nosotros porque forma parte de la condición natural del hombre y esa naturaleza hace que nadie esté libre de padecerlo. Esa especie de oscuridad y abandono nos quita lucidez para comprender y para reaccionar. He visto madres enloquecer de dolor por la muerte de un hijo y ancianos morir pocos días después de que lo hubiera hecho su pareja. Como decía Camilo José Cela “la muerte llama, uno a uno, a todos los hombres y a las mujeres todas, sin olvidarse de uno solo -¡Dios, qué fatal memoria!-, y los que por ahora vamos librando, saltando de bache en bache como mariposas o gacelas, jamás llegamos a creer que fuera con nosotros, algún día, su cruel designio” Cuando la muerte nos visite y nos lleve a nosotros alguien sobre la tierra sintiendo nuestra falta intentará sin éxito proscribir ese sufrimiento sin esperanza alguna.
Irse o quedarse es dolor. No hay una receta ni moraleja para calmar el desconsuelo. Hay solo esperanza de volver a encontrar de nuevo un día a quien dejamos o a quien se fue. De esperanza habló Tolstoi: “La muerte no es más que un cambio de misión” y Robespierre atinó en su incredulidad: “La muerte es el comienzo de la inmortalidad”
Pensar en la muerte nos abre dos cuestiones trascendentales: “hacia donde se va” y de “donde vinimos” Todo hombre se las hace alguna vez en la vida, para encontrar lo trascendente o para no encontrar nada.
D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?, son también las tres preguntas típicas que un tahitiano, curioso y hospitalario hace a un extraño que se encuentra por el camino. Gauguin en diciembre de 1897 durante su segunda estancia en Tahití después de haber escuchado infinidad de veces esa pregunta pinta un cuadro, que hoy se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston. Paul Gauguin transforma las preguntas en la primera personal del plural y hace una alegoría de la vida. En diferentes cartas el artista da una explicación del cuadro: “He hecho una obra filosófica temáticamente similar al evangelio”. Curiosamente el cuadro representa a doce figuras humanas más un ídolo. La pintura propone un escenario de la vida y de la actividad humana, desde el nacimiento hasta la muerte, leída de derecha a izquierda.
«Junto la muerte de una vieja, un pájaro extraño y estúpido lleva todo a su final». Es el ¿adónde vamos? Es la muerte pero también el renacimiento. La mujer tumbada y apoyada con un brazo es Vairaumati, que Gauguin llama Eva tahitiana. Según la leyenda, Vairaumati engendró el primero de los arioi, una sociedad privilegiada dedicada al amor y a la guerra, y luego fue divinizada.
La mujer vieja, representada previamente como «Eva bretona» que se tapa los oídos para no escuchar la tentación del pecado, es una réplica de una momia peruana en posición fetal que fue expuesta en el Musée de Ethnologie du Trocadéro de París, y que hoy se encuentra en el Musée de l’Homme. Se puede interpretar tanto como la muerte, la eternidad o el ciclo de nacimiento, muerte y reencarnación.
Tengamos respuesta o no, lo importante es caminar. A veces solo intuimos donde estamos yendo. Cada paso es importante porque cuando uno camina ya no volverá a estar donde estaba antes y lo más probable es que al final, hasta encontremos a alguien que nos espera y podamos dar un sentido a muchos de aquellos dolores que un día nos acompañaron.

por @mbellido

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