Comunicar lo desconocido

Escucho esta tarde de sábado, en un momento de relax,  la obra de Amadeus Mozart, la Pequeña Serenata Nocturna. Es una delicia que me está haciendo probar un sinfín de emociones. Me pregunto qué se esconde detrás de esta sensación, que es la moción musical. Pitágoras al que se le atribuye el descubrimiento de las leyes de los intervalos musicales regulares, es decir, las relaciones aritméticas de la escala musical,  decía que escuchando música  se preanuncia la búsqueda de un orden matemático, que sostiene,  de forma encubierta, la articulación del mundo de la naturaleza. También Platón, Aristóteles y muchos otros filósofos  han hablado de la música y su capacidad de sugerirnos el acceso a un orden oculto. Mientras me invade la música de Mozart compruebo que mi mente se mueve al interno de una gran densidad de referencias, que se entrecruzan, que se insinúan, que se interrumpen y que recomienzan,  es como un juego constante de pensamientos explícitos e implícitos. Es como si mi mente viajará por las líneas del pentagrama recorriendo paisajes distintos. En el fluir de estas notas siento deseos e intuyo segmentos de sueños que quisiera capturar. Mozart me suscita un horizonte animado que es, al mismo tiempo, lejano y cercano, profundo y superficial. El tejido musical es como un lienzo que contiene una variedad infinita de colores emocionales. Esta música es  una constelación que se ilumina intermitentemente y que me revela una impenetrable profundidad. Se ha dicho de la música que es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo, se ha dicho que el que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla, que compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu,  que puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido, que es la voluptuosidad de la imaginación, un eco del mundo invisible. Escuché recientemente  a Alfredo Caponnetto, un joven compositor y músico ítalo-mexicano, referirse a la música como algo tan sublime que solo podía definir como lo más cercano que tenemos a la voz de Dios.