La tierra helada se rompe bajo mis pasos como un cristal. La oscuridad de la noche ha caído ya. Creo caminar por un sendero pero está tan cubierto de nieve que avanzo más por intuición que por conocimiento. Hace frío, mucho frío y un viento helado me corta el aliento. Estoy en Suiza, el coche se me ha bloqueado en las afueras de un pueblecito de montaña y ahora intento llegar a pie hasta el pueblo. Abajo, en el valle, las luces me indican que las primeras casas no deben estar muy lejos, pero no se qué obstáculos o qué desniveles encontraré en la trayectoria. Es el año 77 y he venido a pasar unos días con una familia de amigos. Esta tarde me había propuesto subir a una cima no muy alta donde habría podido hacer fotografías en un paisaje mágico, pero mi “Opel” decidió pararse y se negó a sacarme de aquel atasco blanco. El cielo limpio de nubes deja ver muchas estrellas. Los pies los tengo empapados, el vaquero parece que se ha congelado y lo siento cerca de mis tobillos duro como un cartón. Después de tres horas de caminata, de puertas cerradas y calles silenciosas, con la piel cubierta de escarcha blanca, llego al portal de una casa iluminada. Llamo y después de un rato, alguien me abre la puerta. Tengo que tener el aspecto de fantasma. Tiemblo con un corderito recién nacido y la señora se da cuenta enseguida de que he debido sufrir un accidente. Unos niños alborotando se acercan preguntándole quién soy. Me acerco a la chimenea, pero casi enérgicamente me empujan a tomar una ducha caliente. Me cambio de ropa y con una manta polar que me cubre todo el cuerpo me siento delante de la chimenea con una taza de chocolate caliente entre mis manos. El placer que me produce aquella taza de chocolate es de una intensidad impresionante. Creo que fue en ese instante donde nació mi adicción. Más tarde me explicarían que su consumo beneficiaba el sistema circulatorio y que además proporcionaba efectos anticancerosos, actuaba como estimulador cerebral, como antitusígeno y antidiarréico. Lo cierto es que a mí me encanta.
Han pasado muchos años de aquella experiencia y desde ese invierno he mantenido correspondencia con aquella familia y con aquellos niños que hoy son ya mujeres y hombres casados. Hoy he recibido un paquete de Michael, el más joven de los tres. Siempre me manda chocolate. Los suizos a lo largo de los siglos han consolidado una sofisticada cultura en el arte de fabricar el chocolate, y también de regalarlo. Michael siempre me manda una colección de tabletas: chocolate fondant, chocolate amargo, chocolate bitter, chocolate amer, chocolate puro… He oído siempre hablar de esa creencia que identifica este alimento como un potente afrodisíaco. No sé si tendrá algún fundamento, lo que sí tiene fundamento es el placer que produce su consumo.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com