La autenticidad está en crisis. En nuestro tiempo es habitual ver parte de la sociedad navegar entre las aguas de lo “políticamente correcto”, de la apariencia y hasta de la hipocresía. En política se intenta deslumbrar o provocar, visto que la disciplina de los partidos impide a menudo obrar en conciencia y mostrar lo que en realidad se piensa. Baste pensar en lo que la mayoría de la militancia del PSOE piensa y dice de ZP en privado y, sin embargo, no es capaz de decir en voz alta. Cuando hay falta de coherencia desvanece la verdad y con ella palidece y se evapora la justicia, la solidaridad y muchos otros valores necesarios para la convivencia.
La autenticidad está en crisis porque desde muchos púlpitos públicos o privados se pretende hacer ver lo que no es, se pretende mostrar lo que no existe, se procura esconder lo que en realidad se siente para no poner al desnudo los propios ideales, principios, sentimientos o propósitos. La autenticidad es incómoda. Será por eso que es cada vez más difícil encontrarla en la vida cotidiana.
Si no hay autenticidad, las palabras no se corresponden con los hechos y esa actuación produce frustraciones, en quien no la practica y también en quien sufre su ausencia. Las relaciones terminan quebrándose y muchas vivencias se vuelven efímeras.
La autenticidad no está en la fachada, aunque en esa se refleje, está en el interior, en la fidelidad a los principios. Por eso, cuando se miente, antes o después todo deriva en la incomunicación con uno mismo y con los demás o en el tener que recurrir siempre a la justificación banal de las verdades personales.
A legitimar la falta de autenticidad en lo político se ocupan los medios de comunicación al servicio del poder. Muchos medios se citan a ellos mismos para transformar en fiable la propia noticia. Se buscan cuatro opiniones a favor y una medio en contra, y así se hace desaparecer fácilmente la verdad de la escena social. A las audiencias se las modela, se las orienta y se les imponen prioridades, se les dice cuales son las noticias de más interés y cuales no. Una ráfaga de imágenes bien ordenadas y un comentario no ayudan siempre y solo a ampliar la compresión de la noticia, sino que sirven para envolver sugestivamente al telespectador y sugerirle una opinión. La pantalla reemplaza a menudo la capacidad de pensar, de reflexionar y de decidir. La pantalla impone a Belén Esteban como “princesa del pueblo” y la audiencia acata. La pantalla reemplaza a veces la escuela, la familia y hasta el parlamento. La pantalla reemplaza a los pensadores, educadores, jueces, fiscales, policías, políticos, religiosos, padres y amigos. Reemplaza las verdades profundas por verdades virtuales y de conveniencia. Las TV, las radios, la prensa como medios públicos tendrían que mirar al bien común y de consecuencia defender la verdad. Tratar de alimentar a la sociedad con la cultura de la autenticidad. Quien miente conoce la verdad y lo hace por intereses no sociales, pero la mercancía barata que a veces se vende tiene poca vida. Antes o después todo se sabe, todo viene desvelado. El relativismo con que hoy se nos está vendiendo la situación económica y política de España elude el diálogo, empuja a renunciar a la búsqueda de la verdad y hasta impide o quiere impedir en ocasiones la libertad de expresión. Un auténtico veneno para nuestra democracia y para garantizar la salida de este túnel en el que estamos metidos. Autenticidad: del sustantivo «authentés», el que obra por sí mismo.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com