Estudiaba yo en los Salesianos de la calle Divina Pastora de Jerez y por las tardes, me quedaba a jugar a baloncesto con mis amigos. Cuando volvía a casa, mis rodillas estaban siempre arañadas y llenas de rasguños.  Mi madre, mientras me limpiaba, me ponía alcohol y mercurio cromo, me preguntaba  que es lo hacia para caerme todos los días. Yo le decía siempre que el equipo contrario era de chicos mayores y que nos empujaban más de la cuenta. Lo cierto es que lo de las rodillas arañadas, venía de lejos, de cuando aun era más pequeño. El columpio me encantaba y aunque no tocase con los pies por el suelo me empujaba hacia arriba de tal manera que mis acrobacias casi siempre terminaban en el suelo. Eran las ganas de alcanzar con la fantasía las nubes. Teníamos en aquella época pocos juguetes y nos tocaba echarle más imaginación a los juegos.

Hoy también sigo persiguiendo ideales grandes, que a mirarlos parecen estar muy altos. Yo se que no es posible vivir sin ideales, ni vivir sin la sensación de perseguir un porvenir mejor. Por eso miro hacia arriba y aspiro a escalar las montañas más altas. Como escuche decir una vez, la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante. El problema es que resulta casi imposible alcanzarlo sin caerse de vez en cuando. Hoy también, a mi edad, sigo arañándome las rodillas.

por @mbellido

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