De regreso a la redacción  encuentro dos ojos celestes, hermosos y dulces como dos ángeles despegando en vuelo. Es una niña de apenas cuatro o cinco años que juguetea  con pompas de jabón que planean  en el aire de una plaza de Sevilla. Una a una las persigue  y las revienta con sus pequeños dedos de luz. Mi mirada se cruza con la de ella y me recargo  de ternura y de paz.  Sigo mi camino. Ese ángel juguetón que acabo de encontrar me hace olvidar por unos instantes mi espalda herida por las cicatrices de esas alas que se fueron despedazando con la edad hasta hacerse inservibles. Encima de mi mesa encuentro una carta, alguien me habla de la tragedia en Niger, uno de los países más afectados por la crisis alimentaria del Sahel, provocada por la sequía y las malas cosechas. Me dicen que cerca de 394.000 menores de 5 años están en riesgo de desnutrición aguda grave, con lo que podrían morir si no reciben tratamiento urgente. Pienso que  esos 394.000 niños son también ángeles juguetones, pero tienen sus alas salpicadas del barro de la desdicha y no pueden elevarse por encima de la miseria que les circunda. Los minúsculos dedos de estas criaturas no hacen estallar pompas mágicas, sus manitas apenas pueden ahuyentar moscas impertinentes,  que como buitres barruntan la desgracia. La carta me hace reaccionar rompiendo la quilla de mi egoísmo en la fina arista de esta realidad que me consterna. Recuerdo las palabras de un gran hombre, palabras de Juan Pablo II, que un día se clavaron en mi conciencia: “El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas”.  Contra esta crisis y contra todas las crisis, hay que desenvainar la espada de nuestra solidaridad. Hago un gesto y pido un gesto a los que me rodean. No es un parche para tapar nuestro egoísmo. La solidaridad derivada  de la justicia, fundamentada en la igualdad, enriquecida por la generosidad está al alcance de todos nosotros.  No podemos admitir que ni un solo niño en el mundo sea  condenado a morir arrollado por el fantasma del hambre.

 

En la imagen; UNICEF/NYHQ2012-0283/Holt

por @mbellido

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