La Amada
1:2 ¡Que me bese ardientemente con su boca!
Porque tus amores son más deliciosos que el vino;
1:3 sí, el aroma de tus perfumes es exquisito,
tu nombre es un perfume que se derrama:
por eso las jóvenes se enamoran de ti.
1:4 Llévame contigo: ¡corramos!
El rey me introdujo en sus habitaciones:
¡gocemos y alegrémonos contigo,
celebremos tus amores más que el vino!
¡Cuánta razón tienen para amarte!

Es la historia del encuentro entre un joven y una joven, un encuentro que dibuja el paraíso. Un encuentro que al parecer es la representación del encuentro entre Dios y el hombre. Es también una invitación a recuperar el sentido de la relación física, no como algo banal o transgresivo. Es la celebración de un encuentro que es reciprocidad y celebración del amor. “Yo soy tuya, tu eres mío”. Es el deseo, de ella hacia él que la lleva a buscarlo por todos los rincones de la ciudad y de él hacia ella describiéndola con minuciosidad.

El Amado
4:1 ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!

Tus ojos son palomas,
detrás de tu velo.
Tus cabellos, como un rebaño de cabras
que baja por las laderas de Galaad.
4:2 Tus dientes, como un rebaño de ovejas esquiladas
que acaban de bañarse:
todas ellas han tenido mellizos
y no hay ninguna estéril.
4:3 Como una cinta escarlata son tus labios
y tu boca es hermosa.
Como cortes de granada son tus mejillas,
detrás de tu velo.
4:4 Tu cuello es como la torre de David,
construida con piedras talladas:
de ella cuelgan mil escudos,
toda clase de armaduras de guerreros.
4:5 Tus pechos son como dos ciervos jóvenes,
mellizos de una gacela,
que pastan entre los lirios.
4:6 Antes que sople la brisa
y huyan las sombras,
iré a la montaña de la mirra,
a la colina del incienso.
4:7 Eres toda hermosa, amada mía,
y no tienes ningún defecto.
4:8 ¡Ven conmigo del Líbano, novia mía,
ven desde el Líbano!
Desciende desde la cumbre del Amaná,
desde las cimas del Sanir y del Hermón,
desde la guarida de los leones,
desde los montes de los leopardos.
4:9 ¡Me has robado el corazón
hermana mía, novia mía!
¡Me has robado el corazón
con una sola de tus miradas,
con una sola vuelta de tus collares!
4:10 ¡Qué hermosos son tus amores,
hermana mía, novia mía!
Tus amores son más deliciosos que el vino,
y el aroma de tus perfumes,
mejor que todos los ungüentos.
4:11 ¡Tus labios destilan miel pura,
novia mía!
Hay miel y leche bajo tu lengua,
y la fragancia de tus vestidos
es como el aroma del Líbano.
4:12 Eres un jardín cerrado
hermana mía, novia mía;
eres un jardín cerrado,
una fuente sellada.
4:13 Tus brotes son un vergel de granadas,
con frutos exquisitos:
alheña con nardos,
4:14 nardo y azafrán,
caña aromática y canela,
con todos los árboles de incienso,
mirra y áloe,
con los mejores perfumes.
4:15 ¡Fuente que riega los jardines,
manantial de agua viva,
que fluye desde el Líbano!

“¡Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado”. Es la mujer que da el tono a este amor. Solo una mujer puede hacer una afirmación tan profunda y comprometida. Emerge de sus palabras la explicites de la gratuidad del amor.

Leyendo el Cantar de los cantares tengo la sensación de escuchar una música que va alternando notas vibrantes de lejanía, de búsqueda y de encuentro.  Una melodía que narra el amor autentico que une a un hombre y a una mujer. Una joya poética que invade el alma de sentimientos. Un gran rabino del segundo siglo después de Cristo llegó a decir: “El universo entero no vale tanto cuanto el día que Israel tuvo el Cantar de los Cantares”

 

La imagen: Marc Chagall, Cantar de los cantares (1958), Museo Provincial de Alberta

por @mbellido

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