Hay preguntas que vuelven una y otra vez a nuestra mente sin que consigamos nunca dar una repuesta definitiva. A menudo, viajando, tenemos la sensación de huir. ¿Por qué se huye? ¿De qué se huye? ¿Por qué se vuelve? ¿A dónde se vuelve? ¿Lo nuevo que se encuentra vale más que aquello que se deja? Cuando viajamos ¿somos nosotros mismos, esos que el día anterior éramos seres sedentarios, circundados de agitaciones o rutina, o nos volvemos otro, alguien que suplanta nuestro yo, con una personalidad diferente, un ser nuevo que no conocíamos?
A veces, nuestros viajes nacen de unas ganas inmensas de vagabundear. La realidad es que, viajando, recorre por nuestro espíritu la sensación de llevar menos pesos, nos sentimos más livianos, más incorpóreos, libres, sin obsesiones de éxitos, ni ansias de carrera. Viajando, de alguna manera, volvemos a esa naturaleza nómada que caracterizó al hombre en el alba de su existencia terrena y, mirando en nuestro interior, encontramos a menudo la dicotomía entre estar y errar. Una especie de instinto migratorio corre por nuestro sistema nervioso y de vez en cuando aflora para contraponerse a la imagen de ese hombre constructor y edificador de ciudades y empresas, ese que en todas las épocas ha hecho nacer sociedades y culturas.
Viajar nos permite huir de ese estado civil que nosotros mismos hemos creado, nos allana el terreno para una experiencia de desahogo, de deseo anárquico de evasión de esas “prisiones lujosas” en las que vivimos, que pueden sofocar y saben escaparse de nuestro control emocional. Viajar también nos conduce por ese sueño pueril, tierno e inofensivo de todo hombre, de vivir más de una vida, de tener más de una ocasión. Es exorcizar por unos días el propio límite, mientras damos alas a nuestra curiosidad natural y a nuestro instinto explorador. Viajar es también una peregrinación, porque no es solo placer, es también conquista, dolor, perseverancia.
Hoy estoy convencido de que el mejor viaje es el que inicia desconociendo el motivo y, sin embargo, con la capacidad de decir: ¡Vamos! Que nuestra mirada pueda encontrar otras personas, otras lenguas, otras culturas, otros paisajes, para recrearlos e idealizarlos en una concatenación mágica de formas, colores y sonidos que quedarán prendidos en la memoria y en alma. Nos harán vivir.
Manuel Bellido

por @mbellido

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