Admiro a los filólogos porque saben llegar al corazón de las palabras, envidio a los poetas que saben desentrañar el alma de cada una de ellas. En cada una se esconde una riqueza inmensa y su decodificación es un camino interminable y hermoso lleno de ramificaciones asombrosas. El poeta es capaz de descorrer el velo que cubre sus emociones y dejarlas volar, el lector las atrapa como mariposas para colocarlas en la caja entomológica del sentimiento. Acto amoroso, el de los poetas, que enlazándolas cuidadosamente en una especie de pentagrama, dan vida a una melodía que se despliega en una secuencia de impresiones estremecedoras para la mente y el corazón. Las palabras saben despertar la conciencia, la curiosidad, el deseo, la nostalgia, el afecto o la pasión… El buen lector recluta palabras, penetra en su belleza y cualidades, sabe distinguir las que son esenciales de las accesorias, comprende su significado básico y su mecanismo de utilización. Las palabras robustecen la razón, nos permiten compartir experiencias, construyen nuestra identidad, marcan referencias, componen pensamientos y conciben ideas, nos ayudan a ser mejores personas. La cualidad sonora de las palabras es mágica, al pronunciarlas poseemos su significado, incluso, a veces creemos que con ellas alcanzamos lo inalcanzable, iluminamos la oscuridad y acortamos distancias. La palabra padre me sugiere ternura, infancia, sabiduría, cabellos blancos, paseos de charla amena, agonía en un hospital de Jerez. Un nombre de mujer me sugiere chimenea encendida en noche invernal donde se respira ese fuerte y querido aroma del hogar, evoca dulzura, mirada cómplice, ternura, puerto seguro. Las palabras nos desvelan, nos excitan, nos trastornan, nos inquietan o nos tranquilizan. Las palabras nos hacen alcanzar conclusiones, nos elevan de lo particular a lo general y nos hacen descender de lo general a lo particular. Nos muestran una visión coherente de los problemas, de los éxitos, de la política, de la actualidad y de los acontecimientos. Atravesamos la fatalidad o el bienestar a través de ellas. Albergan ecos y rituales, contienen salud o enfermedad.
Las palabras lo son todo o son nada, porque a veces siendo necesarias no siempre son suficientes. Cuando las hemos agotado para expresar lo que sentíamos, acudimos a la mirada y cuando ésta se hace intensa y no nos basta recorremos a un abrazo. Abrazo. ¡Qué hermosura de palabra!

por @mbellido

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