Con los ojos el ser humano puede fijarse, amenazar,  echar una ojeada, encuadrar, escrutar, valorar, contemplar o examinar minuciosamente; los ojos pueden girar, encenderse, apagarse, estrecharse, vagabundear o licuarse;  pueden hipnotizar, fascinar, seducir, desafiar, huir, lanzar flechas, fulminar y hasta “matar”. Sin embargo, ninguno de estos actos familiares se llega a realizar del mismo modo por dos pares de ojos diversos. El simbolismo que se ha acumulado alrededor de los ojos es muy rico y colorido. La metáfora del ojo asesino tiene su origen en la tan difundida superstición del “mal de ojo”. Una vez leí en un texto sobre los bosquimanos de África del Sur que existía entre ellos la creencia que si una joven con la menstruación miraba a un hombre fijamente podía inmovilizarlo y convertirlo en árbol. Lo que si es común y detectable en la mirada es la mentira. El ojo es un gran delator del mentiroso. Dicen los expertos que uno de los síntomas inequívocos que delata al mentiroso es la desviación del globo ocular cuando se está produciendo la mentira en mitad de una conversación. Un psicólogo me decía recientemente, que si en la conversación con alguien le preguntas algo  y esa persona desvía su mirada a la derecha, es que está tratando de recordar hechos verdaderos. Si, por el contrario, la desvía a la izquierda, es que está mintiendo»

La mirada de la mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver porque en la mayoría de los casos mentir inicia o intensifica un conflicto, en vez de eliminarlo o atenuarlo. Hemos escuchado infinidad de veces que los ojos son el espejo del alma: de alguna manera lo son, son como pequeñas ventanas a través de las cuales asoman y se airean nuestros valores.

por @mbellido

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